Había tomado dos cervezas en mi bar de siempre, apoyado en la barra y en una esquina para no hablar con nadie. Le hice un gesto a Manolo, el camarero, para pagar y seguir con mi jornada laboral de tarde, apenas dos horas antes de irme temprano al gimnasio. Ya era Junio y las tardes se alargaban, llegaría temprano a casa.
—Ya está pagado —dijo acercándose a mi oído Manolo. Miré de forma automática alrededor intentando identificar a alguien conocido esperando un gesto, una mirada, algo que lo delatara.
—Se ha ido —continuó Manolo al advertir que buscaba al responsable—, me dijo que te lo dijera cuando ella ya no estuviera. Se fue hace unos quince minutos. Se me ha ido de la cabeza, estoy liado. Perdona.
—¿Una mujer?
—Correcto. Y guapa.
—¡Joder, Manolo! Eso no se hace. ¿Cómo era? Dime algo, coño.
—Lo siento. Secreto profesional.
—¿Pero qué coño…? Eso es para los curas y los abogados y tú eres camarero, Manolo…, sin ofender ¿eh?
—Ser camarero es casi como ser cura. Así que no puedo darte detalles. Me podrían echar de la profesión, o peor.
—Tú eres gilip…
—¡Eh! —me interrumpió—. Podría tener solución, no te pongas nervioso. Me arriesgaría a la excomunión y a saltarme nuestro código de honor de camareros por tres buenas razones. Pero lo hago porque eres cliente VIP, que conste.
Las tres razones resultaron ser tres billetes de diez. Y el muy cabrón decía que era cura. Estuve a punto de dejarlo correr, me iban a salir las cervezas como un jamón. Un jamón malo pero un jamón al fin y al cabo. Miraba a Manolo mientras dudaba a la velocidad del pensamiento entre darle los treinta euros o mandarlo a la mierda y buscarme otro bar cuando me dijo.
—Te ha dejado una nota.
—Dámela.
—Se me ha perdido.
Inaudito. Este tío me estaba chantajeando después de haber pasado juntos más horas que con mi familia. No podía creerlo. Pero si hasta me presentó a su madre una vez en Navidad que coincidimos en el mercadillo medieval. Le dijo —me acuerdo perfectamente—, mira mamá este es un buen amigo. Dijo: buen amigo. Un mafioso cabrón es lo que es. Ni cura, ni leches. No lo iba a consentir, de ninguna de las maneras. Ese tío no sabía con quién se estaba metiendo.
—También le hice una foto con el móvil sin que se diera cuenta.
Pagué.
Hoy me lo he cruzado cuando volvía de sacar dinero del cajero. Se ha dirigido a mí por mi nombre y eso que llevaba mascarilla. Yo no lo he reconocido a pesar de que él no llevaba.
—¿Ya no eres camarero?
—Eso lo dejé. Al poco de lo de aquella chica ¿te acuerdas?
—Cómo olvidarlo…
—Pues sí. Por cierto que te eché de menos, ya no volviste por el bar.
—¿Que me echaste de menos?
—Claro, tío. Después de aquello mi carrera despegó y en buena parte te lo debo a ti. Cuando pasó lo de la chica esa me di cuenta que el bar se me quedaba pequeño y me reinventé. Ahora me dedico a los negocios y me va muy bien.
—No me extraña.
—Por cierto ¿Quién era la chavala?
—Alguien a quien no echaba de menos. Una antigua historia.
—Te doy treinta pavos si me lo cuentas.
—Qué gracioso.
—No, en serio. He pensado mucho en ella. Fue como un ángel para mi, si no llega a ser por ella aún sería camarero, tal vez para siempre. Ahora me puedo permitir casi todo. Dime una cifra, está hecho.
—¿Leíste la nota?
Me miró muy ofendido.
—¡Por quién me tomas! Por supuesto que no.
Saqué mi cartera y cogí un papel arrugado de entre los separadores.
—Toma. Para ti, es gratis. Me alegro de verte, cuídate.
“soy seropositiva, me hice los análisis hace poco. Tú deberías hacértelos. Lo siento”
Ups, desconcertante!!
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