viernes, 28 de agosto de 2020

El regalo


No le resultó difícil realizar los cálculos, Rubén

siempre fue bueno en matemáticas. Claro que también lo era en filosofía, y en

biología, y en…, la lista podría ser interminable. Era un chico despierto.

Desde muy pequeño su mente había destacado por él, muy a su pesar ya que su

carácter tímido se veía apabullado por elogios nunca buscados. Siempre

merecidos. 

El resultado fue inequívoco: 2059. 

No obstante, repasó los cálculos.

Cuando estuvo seguro cerró la libreta, repleta de

números y fórmulas, y la agarró con las dos manos sobre la mesa en que estaba

trabajando. Inconscientemente empezó a retorcer la libreta como si tuviera un

cuello que retorcer, como si el concreto resultado que instantes antes había

calculado pudiera ser matado y con ello, suprimida la verdad que encerraba. 

Se obligó a no llorar.

Eso abrió un recuerdo automático en su cabeza.

Lo que tienes es un don, Rubén. Un regalo. Tu deber es

agradecerlo.

¿Pero cómo, D. Filipo?

Lo sabrás en su momento. Lo difícil no es saber lo que

uno debe hacer. Eso ya lo tenemos todos escrito en nuestro interior. Lo

complicado, casi siempre, es tener valor para hacerlo. Tu capacidad desborda

todos los test que te hemos hecho. Eres condenadamente listo, pero eso conlleva

una responsabilidad condenadamente grande.

Pero yo…—Rubén se echa a llorar. Tiene siete años recién

cumplidos.

Lo sé, es una putada. No pretendo asustarte, pero

tampoco engañarte. Tranquilízate. 

Rubén absorbe mocos a la vez que intenta tragar la

inmensidad de lo que su profesor especial le cuenta. No lo consigue del todo.

Ni lo uno, ni lo otro, por eso, cuando intenta respirar se le escapa un enorme

moco que se escurre por la barbilla. Filipo, psicólogo infantil especializado

en niños de altas capacidades, le tiende un pañuelo de tela. Rubén lo usa y hace

ademán de devolverlo a su dueño.

Quédatelo. Tus mocos también son extraordinarios.

Rubén sonríe.

Mejor. No te agobies. No estoy diciéndote que el mundo

exigirá machadas imposibles de ti. Puedes pasar, si lo deseas, desapercibido

para el mundo. No, Rubén. El mundo no es el problema. 

Pero… ¿cómo puedo agradecer este don entonces

D.Filipo?

Devolviéndolo en la medida en que te fue dado, Rubén.

Todo tenía sentido. 

Empezó a hacer las maletas guardando en primer lugar

la libreta con sus cálculos y el resultado fatídico.

Años después, Rubén para en un local de carretera. Las

luces de neón que brillan en tonos rojos y amarillos en la fachada del local,

no dejan lugar a dudas del tipo de local que es. 

Son cinco mil, guapo. Siete mil si nos subes a dos a

la habitación.

Rubén no puede evitar pensar en las ofertas que suele

ver en el supermercado.

Se decide por la oferta. No puede perder el tiempo.

Mientras Rubén sube por las escaleras del prostíbulo,

la maleta con la libreta queda en el maletero de su vehículo en el

aparcamiento. Ahora hay muchas más libretas. Algunas tienen números, pero otras

muchas poseen largas fórmulas de carbonos e hidrógenos. Otras, primorosos

dibujos de plantas, de animales. Casi siempre simios. Todo guardado en una

maleta repleta de adhesivos de todo el mundo.

Rubén insiste en rechazar el condón que le ofrecen aun

cuando la oferta desaparece y acepta pagar un suplemento. Cuando se corre la

segunda vez se queda dormido encima de la puta, exhausto. En su sueño se le

aparecen cientos de caras que le persiguen mientras una serpiente de colores de

arco iris le sale por la boca con su corazón entre las fauces. 

Es otoño. Un último otoño. Los álamos del cementerio

amarillean alfombrando tumbas y pintando el cielo. Rubén es apenas un cadáver

encima de la fosa donde hace ya muchos años descansa D. Filipo. La enfermedad

que le corroe por dentro le impide discernir si la conversación es real o solo

fruto de su imaginación.

¿Ya estás aquí, Rubén?

Sí, D. Filipo.

¿Cómo te fue al final?

Jodido, creo.

¿Qué pasó?

Descubrí lo que tenía que hacer.

¿Y lo hiciste?

Sí. Lo he hecho. La verdad es que aún se está

haciendo.

Y dime, Rubén ¿fue grande?

Muy grande. Una putada. Como usted dijo.

Qué pasó?

Descubrí que la tierra colapsaría por exceso de

población. No podría sostener a una humanidad creciendo en progresión

geométrica y con una esperanza de vida cada vez mayor. Fue un cálculo sencillo.

Descubrí que no hay tierra para todos para siempre. 

Eso es muy grande.

Sí.

¿Y?

La única solución posible es disminuir la población.

Pensé en desarrollar enfermedades que provocaran esterilidad, pero eso suponía

una agonía para los que quedaran, pensé en control político de natalidad, pero

estaba fuera de mi alcance, pensé en mil y una cosas, pero al final solo

encontré una solución. Una que haría que la procreación fuera temible. Un virus

mortal transmitido por vía sexual. Me lo inoculé y he pasado estos años

propagándolo.

¿Has matado a la humanidad?

No a toda. La estadística dice que, si no dan con una

vacuna, los afectados bastarán para el control de población. El miedo hará el

resto. Creo que lo he hecho bien.

¿Has salvado a la humanidad, entonces?

Sí. Eso creo.

Eso también es muy grande. Gracias, Rubén.

Rubén se echó a llorar

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