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sábado, 30 de mayo de 2020

Crónica del Savoy (un homenaje a Alvite)


Para quien no conozca el Savoy, os diré que es uno de esos sitios donde tu madre no dejaría que fueras aunque te bañaras en agua bendita y juraras ante la Biblia, el Corán y la Torá que volverías a casa antes de las siete.  De igual manera, ese sitio haría que tu padre te doblara la paga por ir a recogerte.
Su fundador, Giacomo Pavesse, era un tipo que no tenía sombra. La asesinó por medio dólar justo cuando salía de la iglesia en su primera comunión, aprovechó la luz de una vela que una viejita encendía por sus difuntos y después fue a cobrar.
Cuando prohibieron fumar en los bares, un policía visitó el Savoy de incognito. Le costó encontrar la barra por el denso humo que hacía que andar se convirtiera en un penoso ejercicio. Cuando por fin llegó preguntó por el dueño.
—Soy yo —contestó Giacomo mientras daba una larga calada a un puro de un tamaño obsceno.
—Me veo en la obligación de multarle por incumplir la prohibición sobre el tabaco…—comenzó a decir el pipiolo.
Giacomo no le dejó seguir, le echó fraternalmente el brazo en lo alto del hombro y le dijo.
—Mira muchacho, soy lo suficientemente viejo como para estar muerto dos veces. Si he sobrevivido es porque he aprendido de la vida y sé que no hay mejor motivo para que la gente haga cualquier cosa que prohibirla.
—Eso no es asunto mío —alegó el policía— yo no hago las normas.
—No, las normas, igual que la guerra, las hacen personas que nunca dormirán en una trinchera ni pasarán noches andando las calles de la ciudad buscando putas a quien redimir y borrachos a quien limpiarle el vómito. Cumplir las normas, muchacho, no hará que vayas al cielo. Si quieres ir al cielo, compra un billete de avión.
Era raro que Giacomo tuviera paciencia, sin duda debió pasar por allí un ángel que en lugar de redentor era redimido y eso explicaba que el policía de incógnito aún conservara las manos al final de sus brazos. La corista Terry Sheldon debió de darse cuenta y quizás imbuida por el mismo halo angelical le puso una copa delante al pipiolo mientras hablaba de esta manera.
—Nene, no conozco a tu madre pero estoy segura que el negro afea sus pestañas. Bébete el trago y vete por donde has venido ahora que conservas las piernas.
Pero el policía era terco.
Al día siguiente, el columnista Chester Newman escribió en el Clarion una bonita y breve reseña: “Ayer conocí a un tipo valiente, era estúpido como todos los valientes. Creo que ser cobarde está infravalorado, la cobardía viene a ser como las acelgas, cuesta tragarlas pero hacen que vivas más, en cambio decidir ser valiente es como el tabaco, fumar sabe a gloria pero acaba matándote pronto.”

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