miércoles, 16 de marzo de 2016
La serpiente despistada
Hubo una vez en un país sin espejos que una serpiente nació. De pequeña apenas medía lo que un gusano, un gusano de lengua partida y piel coloreada, que le bastaba con el agua de lluvia que, de vez en cuando, del cielo caía y algún que otro escarabajo pequeñito para comer y beber. La serpiente fue creciendo y con ella su apetito, y cuando no le bastó con su dieta de lluvia e insectos, decidió recorrer un sinuoso camino que partía desde su cueva. Y así fue como la serpiente comenzó a recorrer las curvas de un larguísimo sendero que terminaba en una fuente donde bebía y se bañaba, por las noches contaba luceros y, de vez en cuando, hasta un conejo, que se cruzaba despistado en el camino, cazaba.
La serpiente creció y creció, con la barriga bien llena de conejos y de agua, en el país donde no existían los espejos, yendo y viniendo a la fuente, a por agua.
Y tan larga se hizo que la cola de su cuerpo, cuando la cabeza a la fuente llegaba, aún permanecía dormida, allí, en su cueva, donde el sendero empezaba.
Ella parecía no darse cuenta, porque como no había espejos, su tamaño no sospechaba.
Quizás por eso, una mañana cuando volvía de darse un baño de su fuente privada, se cruzó con su cola, que aún iba, mientras ella ya llegaba.
—Buenas tardes, señora. —Dijo cuando se alcanzó y al mirarla. Sin saber que de su cola se trataba.
La cola, por supuesto, no contestó ni dijo nada. Y la serpiente pensó que era sorda, o ciega, o quizás ambas.
A la tarde siguiente, otra vez la vio de lejos tras su viaje a la charca. Pensó en qué decirle, pues de su piel y su reptar se había quedado prendada. Y al cruzarse de nuevo con ella, una cosa le salió del alma, con la boca muy abierta, se irguió lo que pudo y le gritó:
— ¡Guapa!
Y nada. Tan muda como la luna. La serpiente se sintió ignorada.
¿Cómo es ello posible? Por la noche se preguntaba.
Y así, día tras día, ella le habló mientras la otra, se callaba.
Y una tarde que la pilló enfadada, la serpiente la saludó, y ante el silencio que ya esperaba, le dio un mordisco de serpiente, de esos, con los que conejos cazaba.
Y fue tanto el dolor que sintió, que se dio cuenta por qué no le hablaba.
Ahora la serpiente va y viene por el sendero hacia su charca, se baña cuarto y mitad, y vuelve por el camino con su cola vendada.
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El otro
El otro me enseña de mi. En realidad no veo al otro. Me veo en el otro.
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