Para quien no conozca el Savoy, os diré que es uno de esos
sitios donde tu madre no dejaría que fueras aunque te bañaras en agua bendita y
juraras ante la Biblia, el Corán y la Torá que volverías a casa antes de las
siete. De igual manera, ese sitio haría
que tu padre te doblara la paga por ir a recogerte.
Su fundador, Giacomo Pavesse, era un tipo que no tenía
sombra. La asesinó por medio dólar justo cuando salía de la iglesia en su
primera comunión, aprovechó la luz de una vela que una viejita encendía por sus
difuntos y después fue a cobrar.
Cuando prohibieron fumar en los bares, un policía visitó el
Savoy de incognito. Le costó encontrar la barra por el denso humo que hacía que
andar se convirtiera en un penoso ejercicio. Cuando por fin llegó preguntó por el dueño.
—Soy yo —contestó Giacomo mientras daba una larga calada a
un puro de un tamaño obsceno.
—Me veo en la obligación de multarle por incumplir la
prohibición sobre el tabaco…—comenzó a decir el pipiolo.
Giacomo no le dejó seguir, le echó fraternalmente el brazo
en lo alto del hombro y le dijo.
—Mira muchacho, soy lo suficientemente viejo como para estar
muerto dos veces. Si he sobrevivido es porque he aprendido de la vida y sé que
no hay mejor motivo para que la gente haga cualquier cosa que prohibirla.
—Eso no es asunto mío —alegó el policía— yo no hago las
normas.
—No, las normas, igual que la guerra, las hacen personas que
nunca dormirán en una trinchera ni pasarán noches andando las calles de la
ciudad buscando putas a quien redimir y borrachos a quien limpiarle el vómito.
Cumplir las normas, muchacho, no hará que vayas al cielo. Si quieres ir al
cielo, compra un billete de avión.
Era raro que Giacomo tuviera paciencia, sin duda debió pasar
por allí un ángel que en lugar de redentor era redimido y eso explicaba que el
policía de incógnito aún conservara las manos al final de sus brazos. La
corista Terry Sheldon debió de darse cuenta y quizás imbuida por el mismo halo
angelical le puso una copa delante al pipiolo mientras hablaba de esta manera.
—Nene, no conozco a tu madre pero estoy segura que el negro
afea sus pestañas. Bébete el trago y vete por donde has venido ahora que
conservas las piernas.
Pero el policía era terco.
Al día siguiente, el columnista Chester Newman escribió en
el Clarion una bonita y breve reseña: “Ayer conocí a un tipo valiente, era estúpido como todos los valientes. Creo
que ser cobarde está infravalorado, la cobardía viene a ser como las acelgas,
cuesta tragarlas pero hacen que vivas más, en cambio decidir ser valiente es
como el tabaco, fumar sabe a gloria pero acaba matándote pronto.”
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