viernes, 17 de septiembre de 2010

tacones

Es tarde, o quizás es que siempre fue temprano. Tarde para hablar, para escuchar. No lo entiendes. Estás tan lejos de entenderlo que da fatiga. Últimamente, siempre que te veo escucho lo mismo. Tus tacones alejándose al fondo del pasillo de mi corazón.

martes, 14 de septiembre de 2010

tu piel


Ahora solo me queda un deseo constante, al comienzo, de los que no arden. Suave y constante, flotable. Tu piel. Nunca me cansaría de tocarla, de lamerla, de tocarla, de tocarla, con las manos, con los dedos, con la lengua, con el rostro, con mi cuerpo. Tu piel lo invade todo y llena mi mente. Pero no es deseo, es como la necesidad de contemplar un bello cuadro, de leer una y otra vez un pasaje escrito que te eriza el cabello y se mete tan dentro de ti que forma parte de tu cuerpo. No es deseo. Tu piel es esa parte de mi vida que es hermosa.
Te quiero por tu piel.

Volver mañana

—Disculpe, ¿me podría decir dónde está este corazón? —le mostré la foto.
El funcionario me miró molesto desde su refugio acristalado, sin duda le había interrumpido en lo que estuviera haciendo que, aparentemente, era nada.
—Ventanilla 112 —me dijo.
Me apresuré consciente de que podía resbalar en el recién encerado suelo, atravesé un pasillo largo y acabé en una estancia llena de ventanillas. Mis pulmones se expandían buscando aire por la frenética carrera. Busqué el número sin detenerme, estaban dispuestos correlativamente.
Al llegar a la mía, había una cola enorme.

Malos vientos

La proa salpicaba gotas de mar en cada zambullida, salvaje, cruel, indómita. Noté como el agua mojaba mi rostro y la sal se quedaba en mis ojos, irritándolos. La fábrica de vientos nacidos donde el océano se acaba arrojaba sus creaciones contra el casco desviando una y otra vez el rumbo. Empezó a entrar agua y yo no recordaba dónde estaba la bomba de achique.
No podía salir bien. Icé la mayor y el barco se estremeció, solté el timón y la proa trazó una curva girando hasta colocarse a favor del viento. Dejó de entrar agua, y el rumbo se fijó, el viento se convirtió en mi amigo y volamos sobre las olas. Entonces se acabaron las dudas y comprendí. No hay vientos malos ni buenos, sólo barcos mal orientados.

Poema de amor y nicotina

Supe que lo nuestro había terminado
cuando encontré mi cajetilla de tabaco vacía.
Ella, antes, siempre me dejaba un cigarrillo
para después de desayunar,
antes, cuando yo le importaba.

Ahora se fuma todo mi tabaco
y me deja la cajetilla, vacía y cerrada,
encima de la mesa de la cocina.

Lleno de esperanza y ansiedad
corro esperando algún cigarrillo que diga

aún te quiero

pero está vacía como una carta de despedida

sin palabras.

Relatividad

Imagina un lecho dormido
donde sueño con los ojos cerrados.
Imagina que no hay futuro
que ya no hay ni pasado.
Imagina que no habrá más minutos
como este que te estoy contando,
imagina que nada importa
imagina que me has perdonado

Quedando solo este instante
donde lo demás, pueda ser olvidado.
Para que deje entre nosotros
ese espacio que coge en un minuto
donde solo cabe un abrazo.

una rosa de una cara


Hay una rosa en un jardín,
mustia y con la mirada baja
las hojas empobrecidas
y por su peso, doblada.
La tierra es negra
—digo la tierra que la abraza—
sus labios, que eran carmesí
ahora son solo miradas.
Y contempla su tallo que se arruga
dejando de ser rosa, para ser
rama,
esa rosa postrada al tiempo
cayendo como caen
de tus ojos
todas las lágrimas.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Guardado en una esquina




Fue en una calle, apenas sin esquinas, 
sin cruces ni despedidas
donde te dejé partir
para que buscaras un sitio sin dolor
donde no existiera el adiós
donde pudieras no llorar sin ser feliz.
Hay un cuarto al final
donde guardo tu nombre en un bosquejo
por si algún día toca regresar
en busca de lo que ahora 
son tan sólo recuerdos.


jueves, 2 de septiembre de 2010

Duelo al sol


















La cuerda hizo gruñir la polea, su invisible ánima reverberó en el patio de luces violando un silencio vespertino que siempre me molestaba. He de engrasar el mecanismo —me conjuré—, sabiendo que nunca lo haría.
Entre los silencios de esos gañidos de piezas muertas tendí mis ropas, echando en falta las suyas; y a pesar de esforzarme en no dejar huecos donde cupiera su nombre no pude evitar un sentimiento de condena.
La que suponía tender cada mañana mi soledad al sol.

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RELATOS DE BARRIO INFIERNO

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