—Les he llamado porque ya tengo los resultados de las
pruebas del chico.
La madre, visiblemente angustiada, coge de la mano al hombre
que la acompaña a la vez que posa su otra mano, en un afán protector, sobre un
chaval de no más de once años que es el único que está sentado.
—Pero tomen asiento, por favor.
—Qué nervios, doctor —Dice ella
—Qué tétrico —Dice el chaval.
—¡Javier! —interrumpe el padre—, por favor, no uses ese
vocabulario. Ya sabes que estamos aquí precisamente…
—No le regañe —dice el doctor atajando la frase—, en
realidad, no es culpa suya.
—¿¡Cómo!? —exclaman
el padre y la madre.
—No, verán. A ver, Javier, di cinco cosas que se te vengan a
la mente.
—Centrípeto, carátula, monótono, romántico, prostíbulo.
—¡Prostíbulo! —Exclama la madre— ¡Oh, Dios mío, es un
degenerado, no debí fumar en el embarazo! —Dice terminando la frase en una
llantina y echándose en brazos de su marido.
—Patético —replica el chaval.
La madre hace ademán de darle un bofetón pero el padre le
sujeta la mano.
—Rosi, por favor.
—¿Pero tú has oído? Me ha llamado patética.
—Compórtate, mujer.
—Por favor, concéntrense. Estamos aquí para hablar de su
hijo. Ya hemos descubierto lo que le ocurre.
El silencio se hace en la habitación mientras el doctor
vuelve a consultar sus notas. Tras unos segundos, vuelve a hablar.
—Su hijo tiene un raro síndrome, uno muy raro, solamente uno
de cada tres millones lo presenta. Su hijo tiene el síndrome de la palabra
esdrújula.
—Lógico —exclama el chaval.
—Pero qué dice —Continúa el padre.
—Su hijo es incapaz de pronunciar palabra alguna que no sea
esdrújula. Han de aprender a vivir con ello.
—¡Cáscaras! Que
sarcástico que mi semántica sea drástica y estadística.
—Me quiero morir —solloza la madre— esto es una catástrofe.
—Estás pálida. Rápido dile a tu cónyuge que vaya a la
máquina en búsqueda…
—¡Javier, por favor, cállate! —ataja ella.
—Histérica —responde el chaval enfadado.
—He de decirles que hay efectos en el síndrome del muchacho
que deberían saber. Es muy contagioso.
—Eso es ridículo —Dicen ambos padres al unísono.
—No, es matemático. No sean escépticos —contesta el doctor.
—Esto es lo último —estalla el padre— debe ser un equívoco,
lo clásico que ocurre en una película hispánica.
Ya en la calle, el chico camina por delante mientras la
mujer susurra a su marido.
—¿Sabes? Yo sospeché algo raro hace tiempo.
—Explícate.
—Cuando era pequeño y le preguntaba que qué quería ser de
mayor, él nunca me dijo que bombero o policía.
—¿Y qué te decía?
—Ortopédico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario