El departamento de desarrollo de nuevas tecnologías de BMI
está situado en la decimotercera planta de un edificio fastuoso en Ourense.
Tiene helipuerto en la terraza, piscina climatizada en el sótano, servicio de
guardería para empleados y está protegido electrónicamente, sea lo que sea
esto.
Todos los días entran a trabajar sesudos ingenieros,
físicos, matemáticos e informáticos que comienzan la mañana con un café o té y
un brainstorming en una sala transparente e insonorizada.
Entre los trabajadores está Marion, la jefa de departamento
de las impresoras 3D, sin duda el invento más prometedor desde el teléfono
móvil. Ella, al menos, piensa de ese modo y le entusiasma las nuevas
aplicaciones conseguidas pero sobre todo las que aún solo es capaz de intuir.
Marion se dirige a la planta 22 del edificio. La llaman
Alaska por ser un territorio prácticamente inexplorado. Es la planta donde se
dirigen los designios de la compañía y muy pocas personas tienen acceso a ella.
Hoy tiene una reunión muy importante y por eso se ha puesto una chaqueta de tweed
a juego con sus zapatos. Realmente elegante. El mandamás, Ernesto Juares, le
hace señas para que entre en un despacho sin puertas.
—Pasa, pasa Marion. Te estábamos esperando.
Junto a Ernesto, un joven algo desaliñado bebe un zumo de
naranja en un vaso de whisky. Marion saluda inclinando la cabeza sin poder
evitar mantener la mirada un poco más de lo necesario. Nota algo extraño pero
no sabría decir qué es, quizás la poco adecuada indumentaria del tal Carlos.
Hay un casco sobre la mesa, frente a él, justo al lado de una estatuilla en
miniatura del puño de Detroit, símbolo de la pujanza empresarial. El casco
contra el puño ¿quién ganará? El joven no devuelve el saludo a la vez que no le
quita ojo a Marion.
—Marion, te presento al señor Barrios, Carlos Barrios.
—Encantada.
—Va a ser tu nuevo colaborador en 3D.
Así que era eso —piensa Marion mientras se acerca a tender
la mano al tal Carlos—, no deja de notar cierto alivio al ver desentrañado el
misterio de la reunión. Un nuevo colaborador no debía ser algo tan malo.
—Quiero que Carlos y tú trabajéis una nueva línea de
desarrollo en las 3D —continúa explicando Ernesto. Es algo nuevo, Carlos y yo
tenemos una idea bastante clara de lo que queremos pero prefiero, si no te
importa, que él te lo explique más tarde. Seguro que te entusiasmará. Confío en
que le enseñarás las instalaciones y le pondrás al día. Este proyecto tiene
prioridad absoluta por lo que espero toda tu colaboración, Marion.
—Bueno, ya tenemos informáticos muy buenos, los mejores me
atrevería a decir pero supongo que uno más nunca sobra... —empieza a decir
Marion.
—No soy informático.
Es la primera vez que Carlos interviene. Marion recoge las
palabras al vuelo y las guarda sin querer en su memoria. Ahora no lo sabe pero
esos primeros tonos modulados la perseguirán el resto de su existencia.
—Me gusta pensar que soy poeta.
...
—¿Y es guapo?
—Mamá, no empieces.
—Así que es guapo. Invítalo a cenar, haré arroz con ostras.
—¿Arroz con ostras?
—Las ostras son afrodisíacas ¿No lo sabías?
—Mamá, eres insoportable. No tenía que habértelo contado.
—Tienes el mismo sentido del humor que tu padre que en paz
descanse. Ninguno. Eres igual de brillante que él pero lo mismo de siesa. Dime,
¿cuándo fue tu última cita, cuando tu tío te llevó a ver Toy Story? Pues que
sepas tenías cinco años...
—Oh, basta ya! Estoy ocupada en mi carrera, ya tendré
tiempo para eso. Solo quería contarte lo del nuevo, no puedo imaginar porqué
Ernesto ha contratado un poeta para el departamento más técnico y científico
que hay en toda la empresa.
—A lo mejor es que se acuesta con él...
—¡Pero mamá!
—Ya sabes, es el lado oscuro..., y por lo visto está lleno.
Una lástima, sobre todo para las que aún estamos en edad de merecer ¿no crees?
...
—Y allí están los modelos en desarrollo, principalmente
para la línea de sanidad aplicada a postoperatorio, ya sabes...
—Piernas, brazos, pechos...
—Eso es. Diseñamos implantes con una fidelidad que nadie
podría diferenciarlos de los originales.
El desarrollo de las células madre hace posible...
—Una creación divina. —Termina de decir Carlos—.
Impresionante. Así que aquí es donde juegas
a ser Dios, ¿o debería decir diosa? ¿Eres religiosa,
Marion?
—Budista.
—Interesante.
—Te gustan los adjetivos.
—Bueno, me gustan los adjetivos, las motos, las mujeres...
—Y la poesía.
—Sí, la poesía también.
Qué es una mujer,
rosa o espina,
morir o nacer.
Una mujer se escribe en tres palabras,
la primera para nombrarla,
la siguiente para amarla
y la última para olvidarla.
—Vaya. No estoy segura de que me haya gustado.
—Eso es porque a nadie le gusta que la olviden.
Es algo eléctrico —piensa Marion— sin poder contenerse se
siente mojada en su ropa interior mientras echa miradas furtivas a los brazos
de Carlos. Viste camiseta informal, barba de dos días y vaqueros de motorista
con cueros en las nalgas. La atracción que le produce es algo animal, primitivo.
Y además está el olor. En el discurrir de la conversación, Carlos se ha cruzado
varias veces en su afán de ver el laboratorio que ella le explica. Huele a nada
definido pero es un olor que distorsiona los acostumbrados, que revela su
presencia. Es un olor que invita a probar. Se fuerza a concentrarse y se tira
de la bata blanca en un acto automático. Nota que tiene los pezones enhiestos.
—No, supongo que a nadie le gusta que la olviden.
—Solo quien comete un delito. —Carlos se acerca demasiado
mientras pulsa un botón de un monitor justo a la espalda de Marion—Un delito,
algo prohibido.
Frente a frente, sus alientos violan por un instante la
intimidad del espacio que cada uno ocupa. La vista se deja sustituir por el
olfato. El tacto empuja, el gusto espera. Es insoportable esa cercanía, una
lucha de deseos controlados que amenazan con incontrolarse. Alguien debe ceder.
—Bueno —dice Marion separándose con suavidad—, supongo que
ha llegado el momento de que me expliques qué va a hacer un poeta en un
laboratorio de 3D.
—Tú y yo vamos a hacer historia.
—Ni más ni menos.
—Hasta ahora la técnica ha hecho posible la duplicación de
materias ya existentes. Y está bien. Es práctico y da dinero. Pero imagina por
un momento que no solo pudieras copiar, imagina que pudieras crear algo que nadie
ha visto todavía. Algo por lo que las personas fueran capaces de empeñar su
vida para tenerlo.
—Eso suena un poco megalómano, ¿no crees?
—Totalmente.
—Creo que no te entiendo, Carlos. Habla claro.
—Y si pudiéramos imprimir un beso, no a alguien besando. Un
beso. Y si pudiéramos hacer lo mismo con la envidia, ¿cómo es el aspecto del
amor? ¿Y el alma. Cómo es el alma, Marion? La próxima frontera de las máquinas
será imitar los sentimientos humanos. Hasta ahora han sido fieles reflejos de
nuestra forma de pensar, las hemos diseñado a nuestra imagen y semejanza pero
les falta sentir y ya es hora de empezar. Nosotros lo haremos posible. Una
ingeniera y un poeta. La mente y el alma.
—Pero, pero..., eso no es viable. Sentimientos,
sensaciones, eso no se puede...¿Cómo vamos a hacer eso...?
Carlos se acerca y le pone el dedo en los labios.
—Deseándolo, Marion.
Y entonces la besa.
...
—Supongo que Marion no sospecha nada de lo nuestro.
—¿Ella? Ahora menos que nunca.
—Lo dices por el motero, claro.
—Antes el trabajo la tenía absorbida, una pena de niña.
Ahora es otra cosa. La noto más contenta, no sabría explicarte, más vital.
—¿Enamorada?
—De la nariz hasta los calcetines.
Ambos ríen en la cama. Ernesto se levanta desnudo y se
dirige al pequeño pero bien pertrechado bar escamoteado bajo el televisor de la
habitación de hotel. Saca dos vasos y vierte el contenido de cuatro botellines
de bourbon. Sin hielo. Después regresa a la cama.
—Ella es lista, si sospechara lo nuestro podría atar cabos.
—Sí.
—¿Y no te da miedo de que descubra que en realidad el poeta
no fue contratado para investigar?
—No.
—¿No?
—No cariño. El amor viene a ser como el tabaco, cuando lo
pruebas estás perdida para siempre. Ahora quizás el motero termine por pasar de
largo. Pero la marca del deseo y el recuerdo del amor será indeleble para
Marion. Repetirá. Y eso ya me hace muy feliz. La he salvado.
—Algunas veces me das miedo.
—Tonto. No olvides que eres tú el implacable ejecutivo de
una gran empresa. Al que por cierto le debo un enorme favor —lo dice mientras
se pasa de forma sugerente la lengua por los labios.
—¿Crees que me vas a contentar solo con eso? Te recuerdo
que soy un tiburón de las finanzas.
—Por supuesto que no, cariño. También tengo pensado algo
muy especial para después ¿Has probado alguna vez el arroz con ostras? Es
afrodisíaco.
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