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martes, 26 de mayo de 2020

Formas de preparar un arroz


El departamento de desarrollo de nuevas tecnologías de BMI está situado en la decimotercera planta de un edificio fastuoso en Ourense. Tiene helipuerto en la terraza, piscina climatizada en el sótano, servicio de guardería para empleados y está protegido electrónicamente, sea lo que sea esto.

Todos los días entran a trabajar sesudos ingenieros, físicos, matemáticos e informáticos que comienzan la mañana con un café o té y un brainstorming en una sala transparente e insonorizada.

Entre los trabajadores está Marion, la jefa de departamento de las impresoras 3D, sin duda el invento más prometedor desde el teléfono móvil. Ella, al menos, piensa de ese modo y le entusiasma las nuevas aplicaciones conseguidas pero sobre todo las que aún solo es capaz de intuir.

Marion se dirige a la planta 22 del edificio. La llaman Alaska por ser un territorio prácticamente inexplorado. Es la planta donde se dirigen los designios de la compañía y muy pocas personas tienen acceso a ella. Hoy tiene una reunión muy importante y por eso se ha puesto una chaqueta de tweed a juego con sus zapatos. Realmente elegante. El mandamás, Ernesto Juares, le hace señas para que entre en un despacho sin puertas.

—Pasa, pasa Marion. Te estábamos esperando.

Junto a Ernesto, un joven algo desaliñado bebe un zumo de naranja en un vaso de whisky. Marion saluda inclinando la cabeza sin poder evitar mantener la mirada un poco más de lo necesario. Nota algo extraño pero no sabría decir qué es, quizás la poco adecuada indumentaria del tal Carlos. Hay un casco sobre la mesa, frente a él, justo al lado de una estatuilla en miniatura del puño de Detroit, símbolo de la pujanza empresarial. El casco contra el puño ¿quién ganará? El joven no devuelve el saludo a la vez que no le quita ojo a Marion.

—Marion, te presento al señor Barrios, Carlos Barrios.

—Encantada.

—Va a ser tu nuevo colaborador en 3D.

Así que era eso —piensa Marion mientras se acerca a tender la mano al tal Carlos—, no deja de notar cierto alivio al ver desentrañado el misterio de la reunión. Un nuevo colaborador no debía ser algo tan malo.

—Quiero que Carlos y tú trabajéis una nueva línea de desarrollo en las 3D —continúa explicando Ernesto. Es algo nuevo, Carlos y yo tenemos una idea bastante clara de lo que queremos pero prefiero, si no te importa, que él te lo explique más tarde. Seguro que te entusiasmará. Confío en que le enseñarás las instalaciones y le pondrás al día. Este proyecto tiene prioridad absoluta por lo que espero toda tu colaboración, Marion.

—Bueno, ya tenemos informáticos muy buenos, los mejores me atrevería a decir pero supongo que uno más nunca sobra... —empieza a decir Marion.

—No soy informático.

Es la primera vez que Carlos interviene. Marion recoge las palabras al vuelo y las guarda sin querer en su memoria. Ahora no lo sabe pero esos primeros tonos modulados la perseguirán el resto de su existencia.

—Me gusta pensar que soy poeta.

...

—¿Y es guapo?

—Mamá, no empieces.

—Así que es guapo. Invítalo a cenar, haré arroz con ostras.

—¿Arroz con ostras?

—Las ostras son afrodisíacas ¿No lo sabías?

—Mamá, eres insoportable. No tenía que habértelo contado.

—Tienes el mismo sentido del humor que tu padre que en paz descanse. Ninguno. Eres igual de brillante que él pero lo mismo de siesa. Dime, ¿cuándo fue tu última cita, cuando tu tío te llevó a ver Toy Story? Pues que sepas tenías cinco años...

—Oh, basta ya! Estoy ocupada en mi carrera, ya tendré tiempo para eso. Solo quería contarte lo del nuevo, no puedo imaginar porqué Ernesto ha contratado un poeta para el departamento más técnico y científico que hay en toda la empresa.

—A lo mejor es que se acuesta con él...

—¡Pero mamá!

—Ya sabes, es el lado oscuro..., y por lo visto está lleno. Una lástima, sobre todo para las que aún estamos en edad de merecer ¿no crees?

...

—Y allí están los modelos en desarrollo, principalmente para la línea de sanidad aplicada a postoperatorio, ya sabes...

—Piernas, brazos, pechos...

—Eso es. Diseñamos implantes con una fidelidad que nadie podría diferenciarlos de los originales.

El desarrollo de las células madre hace posible...

—Una creación divina. —Termina de decir Carlos—. Impresionante. Así que aquí es donde juegas

a ser Dios, ¿o debería decir diosa? ¿Eres religiosa, Marion?

—Budista.

—Interesante.

—Te gustan los adjetivos.

—Bueno, me gustan los adjetivos, las motos, las mujeres...

—Y la poesía.

—Sí, la poesía también.

Qué es una mujer,

rosa o espina,

morir o nacer.

Una mujer se escribe en tres palabras,

la primera para nombrarla,

la siguiente para amarla

y la última para olvidarla.

—Vaya. No estoy segura de que me haya gustado.

—Eso es porque a nadie le gusta que la olviden.

Es algo eléctrico —piensa Marion— sin poder contenerse se siente mojada en su ropa interior mientras echa miradas furtivas a los brazos de Carlos. Viste camiseta informal, barba de dos días y vaqueros de motorista con cueros en las nalgas. La atracción que le produce es algo animal, primitivo. Y además está el olor. En el discurrir de la conversación, Carlos se ha cruzado varias veces en su afán de ver el laboratorio que ella le explica. Huele a nada definido pero es un olor que distorsiona los acostumbrados, que revela su presencia. Es un olor que invita a probar. Se fuerza a concentrarse y se tira de la bata blanca en un acto automático. Nota que tiene los pezones enhiestos.

—No, supongo que a nadie le gusta que la olviden.

—Solo quien comete un delito. —Carlos se acerca demasiado mientras pulsa un botón de un monitor justo a la espalda de Marion—Un delito, algo prohibido.

Frente a frente, sus alientos violan por un instante la intimidad del espacio que cada uno ocupa. La vista se deja sustituir por el olfato. El tacto empuja, el gusto espera. Es insoportable esa cercanía, una lucha de deseos controlados que amenazan con incontrolarse. Alguien debe ceder.

—Bueno —dice Marion separándose con suavidad—, supongo que ha llegado el momento de que me expliques qué va a hacer un poeta en un laboratorio de 3D.

—Tú y yo vamos a hacer historia.

—Ni más ni menos.

—Hasta ahora la técnica ha hecho posible la duplicación de materias ya existentes. Y está bien. Es práctico y da dinero. Pero imagina por un momento que no solo pudieras copiar, imagina que pudieras crear algo que nadie ha visto todavía. Algo por lo que las personas fueran capaces de empeñar su vida para tenerlo.

—Eso suena un poco megalómano, ¿no crees?

—Totalmente.

—Creo que no te entiendo, Carlos. Habla claro.

—Y si pudiéramos imprimir un beso, no a alguien besando. Un beso. Y si pudiéramos hacer lo mismo con la envidia, ¿cómo es el aspecto del amor? ¿Y el alma. Cómo es el alma, Marion? La próxima frontera de las máquinas será imitar los sentimientos humanos. Hasta ahora han sido fieles reflejos de nuestra forma de pensar, las hemos diseñado a nuestra imagen y semejanza pero les falta sentir y ya es hora de empezar. Nosotros lo haremos posible. Una ingeniera y un poeta. La mente y el alma.

—Pero, pero..., eso no es viable. Sentimientos, sensaciones, eso no se puede...¿Cómo vamos a hacer eso...?

Carlos se acerca y le pone el dedo en los labios.

—Deseándolo, Marion.

Y entonces la besa.

...

—Supongo que Marion no sospecha nada de lo nuestro.

—¿Ella? Ahora menos que nunca.

—Lo dices por el motero, claro.

—Antes el trabajo la tenía absorbida, una pena de niña. Ahora es otra cosa. La noto más contenta, no sabría explicarte, más vital.

—¿Enamorada?

—De la nariz hasta los calcetines.

Ambos ríen en la cama. Ernesto se levanta desnudo y se dirige al pequeño pero bien pertrechado bar escamoteado bajo el televisor de la habitación de hotel. Saca dos vasos y vierte el contenido de cuatro botellines de bourbon. Sin hielo. Después regresa a la cama.

—Ella es lista, si sospechara lo nuestro podría atar cabos.

—Sí.

—¿Y no te da miedo de que descubra que en realidad el poeta no fue contratado para investigar?

—No.

—¿No?

—No cariño. El amor viene a ser como el tabaco, cuando lo pruebas estás perdida para siempre. Ahora quizás el motero termine por pasar de largo. Pero la marca del deseo y el recuerdo del amor será indeleble para Marion. Repetirá. Y eso ya me hace muy feliz. La he salvado.

—Algunas veces me das miedo.

—Tonto. No olvides que eres tú el implacable ejecutivo de una gran empresa. Al que por cierto le debo un enorme favor —lo dice mientras se pasa de forma sugerente la lengua por los labios.

—¿Crees que me vas a contentar solo con eso? Te recuerdo que soy un tiburón de las finanzas.

—Por supuesto que no, cariño. También tengo pensado algo muy especial para después ¿Has probado alguna vez el arroz con ostras? Es afrodisíaco.

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