La cuerda hizo gruñir la polea, su invisible ánima reverberó en el patio de luces violando un silencio vespertino que siempre me molestaba. He de engrasar el mecanismo —me conjuré—, sabiendo que nunca lo haría.
Entre los silencios de esos gañidos de piezas muertas tendí mis ropas, echando en falta las suyas; y a pesar de esforzarme en no dejar huecos donde cupiera su nombre no pude evitar un sentimiento de condena.
La que suponía tender cada mañana mi soledad al sol.
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