Maestro. Asistí a una disertación perturbadora.
Cuéntamela.
Se defendía que somos producto de una casualidad afortunada.
Un azar. Simplemente se dieron las condiciones entre nucleótidos, temperatura,
humedad y oportunidad. Después todo fue fruto de la evolución. La evolución nos
hizo más grandes, más fuertes, más listos.
Así que solo somos afortunados. Y nuestro único motor es la
supervivencia.
Sí, maestro.
Continuar sobreviviendo como pago a aquel azar que nos
bendijo. Ese es nuestro propósito.
Sí, maestro.
Bien, dime ¿Dónde, entre vísceras, sangre y tendones, se
esconde la belleza?
¿Cuál belleza?
La que siempre buscamos. La que encontramos en la melodía de
una canción, en un cuadro, en las facciones de un rostro. En un poema que te
eriza la piel. En un gesto que te hace llorar. La belleza que buscamos la
tenemos dentro y la proyectamos fuera. Me siento bello y proyecto esa belleza
en una composición que impregna el sentimiento del que surge. Y este es
reconocido por otros.
Dime, ¿Por qué la belleza?
…
La belleza no nos hace más grandes, más fuertes ni más
listos. La belleza es un atisbo de algo mayor a la propia belleza. Es un
rastro. Una huella. Es un lenguaje común. Algo que nos une y nos iguala.
La belleza no sirve para correr.
La belleza es luz. Un reflejo, quizás, de algo llamado amor.
¿Y puede ser el Amor una
casualidad?
¡Qué preguntas tan complicadas! ¿Amor y belleza relacionadas? ¿Acaso caminan de la mano?
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