
Y a la tercera, ella, tampoco se dió por vencida, así que él cogió una rosa y, aprisionando su cabeza contra el suelo, empezó a golpearla, una y otra vez, tan fuerte como fue capaz y mientras, con voz melosa, le repetía: te quiero, te quiero, te quiero. Y así continuó hasta que el último pétalo se desprendió y solo quedaron espinas.
Yo lo vi, así sucedió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario