viernes, 27 de agosto de 2010

el pez

Había pasado el día trotando con sus pensamientos, sin detenerse especialmente en ninguno. Ponía el cebo de manera mecánica, primero abría la lombriz, después la partía en pedacitos que ensartaba y ataba con sedal al anzuelo para, finalmente, lanzar la caña con fuerza. El carrete producía un sonido metálico al desenrollarse. Después volvía a tararear imágenes en su cabeza.
Apenas sintió el primer tirón supo que era grande, le dejó sedal para evitar que se rompiera, el hilo se hundió rápidamente en el agua y aprovechó para afincarse con las botas en el lodo. Enrolló despacio la caña hasta que sintió el peso del pez y dio un fuerte tirón, el animal saltó del agua mostrándose. Era el más grande que había visto.
Estuvieron luchando durante dos largas horas, ambos esperaban lo mismo, que el otro se agotara, que se rindiera. Sin embargo, la lucha era desigual en sus comienzos pues el pez lo hacía por su vida y el hombre no. El pez cedió.

Lo cogió entre sus manos y sacó la mitad de su cuerpo del agua, era un hermoso ejemplar. Sin duda el más bonito que había visto nunca. Tenía el cuchillo en la cercana orilla, el pez boqueaba por el esfuerzo y la falta de aire, pesaba. Pesaba mucho.
Arrastró el pez a la orilla y cogió el cuchillo, soportó el peso con un solo brazo y el pez se movió a punto de quebrarlo pero el hombre aguantó. Decidido, asestó un certero tajo cortando el sedal, después arrojó el cuchillo. Introdujo su mano en la boca y le quitó el anzuelo.
Un hermoso ejemplar.
El hombre lo dejó ir acariciándole el lomo sabiendo que ese pez jamás volvería a ser pescado pues los peces aprenden, igual que los toros.

Siempre que contaba esta historia en los bares de pescadores terminaban preguntándole lo mismo.
¿Por qué?
Y él siempre daba la misma contestación. Pesaba demasiado.

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