Me levanté
temprano para recoger. Mis padres llegarían por la tarde, así que tenía tiempo
de sobra para dejar la casa presentable y de esa manera no perder la confianza
que, unas veces por unas cosas y otras por otra, estaba siempre pendiente de un
hilo. Me esmeraría. Así que había que organizarse. Empezaría por el salón,
después la cocina y dejaría los dormitorios en último lugar.
Eché una
ojeada al salón. Una gran mancha sobre la alfombra me hizo torcer el gesto,
esto no empezaba bien. Me agaché y toqué con el dedo, después me lo acerqué a
la nariz. No me quedó claro, así que me chupé el dedo. Estaba bueno. Era algo
dulce que me recordó vagamente al jarabe de fresa que tomaba de pequeño cuando
enfermaba. Recuerdo que estaba tan bueno que una vez cogí el frasco de lo alto
del frigorífico y me bebí la mitad de un trago. Después le eché agua del grifo.
Me preocupé un poco por si me moría, pero se me pasó enseguida. De pequeño era
un inconsciente. La mancha podía ser de grosella, así que eché un poco de quitamanchas
y lo dejé haciendo espuma. Grosella, seguro que era cosa de la loca esa que
había traído Mauricio, cómo se llamaba…, era algo como triste, no me acuerdo.
Me da por culo no acordarme, joder. Sí, hombre, esa de la trenza…!Soledad! Eso
es. Y la tomaba con vodka, ya me acuerdo. Por cierto, lo que no recuerdo es
quien trajo el vodka. —No me jodas—. Me acerco al mueble donde, en una vitrina
cerrada con llave, guarda mi viejo las bebidas. Pego la nariz a la vitrina y
veo una solitaria botella. Grito. Cabrones sinvergüenzas, mira que lo dije,
aquí ni acercarse, lo dije, esto ha sido cosa de Pablo, si es que se pone a
beber y no controla. Ahora verás, será cerdo, dónde está el teléfono…
— ¿Sí,
quién es? —contesta Pablo después de un rato.
—Soy yo. ¿Tú
te has bebido lo de mi padre?
— ¡Ah, tío!
¡Qué fiesta más cojonuda ayer!
—Que si te
has bebido la priva de mi viejo, te digo.
No se oye
nada al otro lado de la línea.
—¡Pablo!
—Pues no me
acuerdo.
— ¿Que no
te ac... —empieza a decir con la voz en un tono cada vez más intenso.
—No grites,
tío. Tengo la cabeza que se me va del cuerpo, por favor. Tranquilo. A ver, ¿qué
ha pasado?
—Pues que
os habéis bebido el bar de mi padre y a ver qué hago yo ahora. Vienen para la
tarde, así que si queréis otra fiesta, más vale que me digas qué hacemos.
—Qué
marrón.
—El que yo
tengo, quieres decir ¿no?
—Mira, no
te preocupes. Vamos a hacer esto. Tú dime qué tenía tu padre en el bar y yo
llamo a los demás y les digo que cojan de sus casas algo cada uno. Te las
llevamos antes de que llegue tu viejo y las metemos en el bar. Venga, ¿qué
tenía?
—Joder
pues…vodka…, no sé.
—Coño, pues
busca las botellas. Estarán tiradas por ahí. ¡Pero si las encuentras no las
tires!, así las podemos rellenar con lo que sea.
Parecía un
buen plan.
—Vale, voy
a buscarlas. Tú llama a los demás y nos vemos en un rato aquí.
…
David, tu
padre te llama. Baja.
Un sudor
frío me recorre el cuerpo mientras bajo las escaleras hacia el salón. Pienso en
el bar, por supuesto. El resto de la casa ha quedado más que aceptable, incluso
la alfombra. La mancha salió perfectamente y, por si las moscas, la giré para
que la zona limpiada estuviera donde empezaban las cortinas. Así se veía menos.
Encontré botellas por todas partes, pero no sabía exactamente cuáles estaban en
el bar y cuáles no. Así que tuve que tomar decisiones. Veríamos.
— ¿Me
llamabas, viejo?
—Sí, David.
A ver, dime qué es esto.
—Una
botella.
— ¡Oh,
excelente! Tu madre y yo estamos tan satisfechos de la educación que te hemos
dado que lloramos de emoción cuando vemos los frutos recogidos. ¡Una botella!
Míralo, lo ha dicho él solito. ¡Sandra! —Grita el padre mientras sigue
sujetando la botella con la mano— ¡tráete la video que esto tenemos que
inmortalizarlo!
—Para ya,
papá. Es una botella de whiskey.
—Mejor. Y
dime David. ¿De qué color es el whiskey?
—Bueno,
pues…, no sé. ¿No depende eso de lo bueno o malo que sea? —contesta David
dubitativo.
—¡Ajá!
—Exclama el padre—puede ser, puede ser. Y dime, David, este whiskey de color
verde, tú qué dirías ¿Que es bueno, o que es malo? —pregunta el padre mostrando
un vaso de whiskey con un líquido verde chillón capaz de verse en la oscuridad.
—Eso es que
se te ha echado a perder por el calor, papá. Deberías tener un bar climatizado
y eso no te pasaría.
—Claro,
claro. No entiendo cómo no se me había ocurrido a mí. El calor ha convertido el
whiskey en menta. Verás, lo que vas a hacer es llamar a tu tía Manuela.
—¿A la
monja? Para qué.
—Pues
porque esto es un milagro, por eso. Hay que llamar a la tía y al Papa de Roma. Hay
que llamar a todo el mundo. Es un caso extraordinario, verás tú la cantidad de
entrevistas que te van a hacer cuando sepan tu teoría. Whiskey en menta.
—Joder.
—No. Eso es
infinitivo. Tendrás tiempo de repasarlo, no te preocupes. Cuando llegues al
participio. Entonces entenderás exactamente tu situación.
Lo que yo
decía. Cuando no es por una cosa, es por la otra.
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