Un viaje encierra siempre una promesa. Es la promesa del cambio. Nos vamos de viaje con el secreto guardado de que quizás el que va no vuelva. Que el que vuelva, sea otro distinto del que marchó.
Y ello es porque cambiar significa que has aprendido. Porque el que aprende, cambia. Ya que aprender (aprehender) es incorporar algo a ti mismo, y si integras algo ya no eres el mismo.
Un viaje se emprende con el deseo secreto de que te enseñe algo y puedas cambiar.
Pero, en realidad, solo existe un viaje que hacer. Y para ese viaje no hace falta ir a ningún sitio. O lo que es lo mismo. Ese viaje se puede hacer yendo a cualquier lado. Ese viaje es el que te transforma por que aprendes la única lección que todos tenemos que aprender.
Viajero. Solo hay un viaje que hacer. Viaja hasta hartarte. Y cuando te hartes de hacerlo, pregúntate hasta dónde llegaste.
La importancia de viajar, física o mentalmente, siempre es un aprendizaje. Casi siempre, cuando regresas, no eres el mismo. Y la mayoría de las veces, quieres regresar para volver a vivir lo vivido.
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