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viernes, 22 de enero de 2021

lamento de un violín


 Solía imaginar que la salvación, es decir el cielo, se encontraba en el NO PENSAR, sin permitir que el rio de los sucesos arrastrara cualquiera que fuese el ánimo reinante en el fugaz pero claro instante presente. Empuñar con valentía la cercana realidad abandonando cualquier deseo de escapar, de huir…, afrontando la posibilidad del fracaso, del dolor y ser capaz de considerar cualquier destino, incluso aunque la muerte lo habitara. Morir en vertical. Sin consideraciones ni tiempos muertos. Solo con el anhelo justo de soñar con un huerto de tierra esponjosa donde descansar hasta primavera, y al calor de un rayo de sol temprano, renacer vestido de un tallo verde con brotes de vida en el eterno círculo de vida palpitante y verdadera.

Por eso fui a la guerra y me presenté en mil batallas que, en realidad, solo fueron una. Siempre la misma. Y a pesar de ello, algunas veces salí victorioso, y la mayoría derrotado. Y fueron en estas cuando más verdad hallé, aunque no de forma inmediata. Es curioso cómo en ese paréntesis que va desde la frustración de la derrota a la sabiduría, es cuando duele. Cuando más duele. Estoy convencido que necesariamente ya que el alivio, la cura de la comprensión se alza solo en los campos arrasados por la derrota.

A medio camino entre lo aprendido y por lo aprender estoy casi siempre perdido. Consciente de mi inconsciencia el los lúcidos momentos en los que me miro en ese negro espejo de lo cotidiano. Y mientras tanto, descubro la belleza del sonido de un violín que arranca lamentos vivos de unas cuerdas— estoy convencido—, muertas. Y me empeño en descubrir el secreto de la vida en ese tañer, bellamente triste, de lo vivo alzándose desde lo muerto. Y en esa comunión mágica, en ese leve contacto entre vida y muerte, la belleza. Siempre la belleza.

Y aún hoy, cuando mi vida ha dejado de lado el torbellino de la esperanza, cuando solo la verdad me satisface y rasco una y otra vez para desenterrar mi coraje, oculto más allá de la ira y la soberbia, en lo profundo de mi abismo. Aún hoy, cuando mis sienes visten de plata siento que todo está por comenzar, cada día. Pues todo comienza y termina en un mismo lugar, implacable como la misma vida, la verdad.

Quiero regresar a la batalla vestido de un hombre nuevo, probar el sabor de lo que venga siendo consciente una vez más, volar como la gaviota de mi infancia, nadar en el mar de los niños, sabiendo que todo es un juego y que el premio ya no será un dulce caramelo sino la salvación. Y en su opuesto, la más miserable de las derrotas que no es la muerte, bendita muerte, ni el fracaso, al que uno vence con la insistencia, ni el no amor, ni la soledad…, sino la rendición. Rendirse es morir de verdad. Tu propio olvido en tu propio recuerdo. Rendirse te impide renacer, y es tanta la derrota que entraña la rendición, tanta la condena que conlleva que ensalza el valor del juego. Si te rindes pierdes, si no lo haces no necesariamente ganas pero puedes ganar.

Ese es el juego.





1 comentario:

  1. Cavilaciones de la vida, siempre intentando volver a la batalla. Aunque a veces estemos demasiado heridos como para volver a intentarlo.

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