El cochecito eléctrico me acorraló en el escaso zaguán que
había inventado en mi piso de
Con un movimiento pausado alargué la mano hacia el paragüero
y cogí un bastón decidido a morir peleando. Esperando el siguiente ataque,
flexioné las piernas mientras mi mente me repetía aterrada “be water, my
friend”.., el artilugio endemoniado reculó saliendo a toda velocidad pasillo
adelante hasta meterse un cepazo contra la puerta cerrada del aseo que parecía
invisible a sus ojos, a sus faros quiero decir.
Tras cuatro o cinco empellones, que no hicieron mella en su
estructura, el cochecito giró a la izquierda desapareciendo en mi dormitorio.
Yo suspiré aferrado al bastón, convencido de haber
encontrado el arma definitiva anti-coches de juguete con vida propia. Acerqué
la oreja, pegada aún a mi cabeza, al cuarto oscuro reducto de mi enemigo.
Nada, silencio.
Encendí la luz con un rápido movimiento de muñeca que voló
de nuevo al bastón.
Nada.
Me replanteé mi situación rápidamente, imaginé mi
conversación con la policía.,
— Emergencias, ¿dígame?
— Hay un coche de juguete que me ataca, socorro.
La descarté.
Armándome de valor, me agaché pegando la misma oreja de
antes al suelo. En el fondo, pude ver a esa arma del diablo que descansaba sin
duda planteándose una nueva estrategia para aterrorizarme.
Sin saber que hacer, cerré la puerta del dormitorio y me
dirigí al salón donde, más por desesperación que por rigurosidad, volví a
contemplar el mando a distancia del artilugio que estaba como lo dejé, con la
tapa abierta para meterle las pilas.
La verdad, no sé si tenía más miedo al coche o al ridículo
de explicar mi situación. El cochecito era un regalo para mi único sobrino, me
pareció un buen regalo, pero ahora deseaba poder retroceder en el tiempo para
comprarle
¿Qué hace uno en éstos casos?
Volví al dormitorio, el juguete seguía debajo de mi cama
cosa que yo interpreté positivamente — el bastón lo debe acojonar, pensé—;
agachado en una posición imposible que me permitiera salir huyendo a toda velocidad
golpeé en dos ocasiones su capot trasero, no se movió. Animado por su nula
reacción, desplacé lateralmente el vehículo con el bastón esperando lo peor —
los tigres acorralados son los más peligrosos. Bueno cuando tienen crías
también, pero ese no es el caso—, el coche quedó a la vista en mitad del
dormitorio.
Entonces arrancó dirigiéndose hacia mí.
Yo solté el bastón dando un salto hacia la puerta con una
sola idea en la cabeza, huir. Ahora era yo quien corría pasillo adelante hacia
la puerta que abrí sin consideración precipitándome al vestíbulo donde...,
encontré a mi vecino con un coche exacto al mío manejándolo con habilidad a
través de su mando a distancia.
Maldita sea.
Como me esperaba otro final, te iba a dar el contacto de un amigo mío guionista, autor entre otros de los guiones de Tadeo Jones y Los Lunis, para que le pasaras este relato, que me parece buenísimo para adaptarlo al cine.
ResponderEliminarEl cambio de final me ha desconcertado (por inesperado). Buenísimo, my friend. Thank you to be water!