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miércoles, 27 de enero de 2021

El diablo en sus ruedas

 

El cochecito eléctrico me acorraló en el escaso zaguán que había inventado en mi piso de 45 metros cuadrados. Sus faros se me antojaban ojos diabólicos, y la defensa delantera sonreía, juro por Dios que sonreía.

Con un movimiento pausado alargué la mano hacia el paragüero y cogí un bastón decidido a morir peleando. Esperando el siguiente ataque, flexioné las piernas mientras mi mente me repetía aterrada “be water, my friend”.., el artilugio endemoniado reculó saliendo a toda velocidad pasillo adelante hasta meterse un cepazo contra la puerta cerrada del aseo que parecía invisible a sus ojos, a sus faros quiero decir.

Tras cuatro o cinco empellones, que no hicieron mella en su estructura, el cochecito giró a la izquierda desapareciendo en mi dormitorio.

Yo suspiré aferrado al bastón, convencido de haber encontrado el arma definitiva anti-coches de juguete con vida propia. Acerqué la oreja, pegada aún a mi cabeza, al cuarto oscuro reducto de mi enemigo.

Nada, silencio.

Encendí la luz con un rápido movimiento de muñeca que voló de nuevo al bastón.

Nada.

 

Me replanteé mi situación rápidamente, imaginé mi conversación con la policía.,

— Emergencias, ¿dígame?

— Hay un coche de juguete que me ataca, socorro.

La descarté.

Armándome de valor, me agaché pegando la misma oreja de antes al suelo. En el fondo, pude ver a esa arma del diablo que descansaba sin duda planteándose una nueva estrategia para aterrorizarme.

Sin saber que hacer, cerré la puerta del dormitorio y me dirigí al salón donde, más por desesperación que por rigurosidad, volví a contemplar el mando a distancia del artilugio que estaba como lo dejé, con la tapa abierta para meterle las pilas.

 

La verdad, no sé si tenía más miedo al coche o al ridículo de explicar mi situación. El cochecito era un regalo para mi único sobrino, me pareció un buen regalo, pero ahora deseaba poder retroceder en el tiempo para comprarle la PSII.

¿Qué hace uno en éstos casos?

 

Volví al dormitorio, el juguete seguía debajo de mi cama cosa que yo interpreté positivamente — el bastón lo debe acojonar, pensé—; agachado en una posición imposible que me permitiera salir huyendo a toda velocidad golpeé en dos ocasiones su capot trasero, no se movió. Animado por su nula reacción, desplacé lateralmente el vehículo con el bastón esperando lo peor — los tigres acorralados son los más peligrosos. Bueno cuando tienen crías también, pero ese no es el caso—, el coche quedó a la vista en mitad del dormitorio.

Entonces arrancó dirigiéndose hacia mí.

Yo solté el bastón dando un salto hacia la puerta con una sola idea en la cabeza, huir. Ahora era yo quien corría pasillo adelante hacia la puerta que abrí sin consideración precipitándome al vestíbulo donde..., encontré a mi vecino con un coche exacto al mío manejándolo con habilidad a través de su mando a distancia.

Maldita sea.

1 comentario:

  1. Como me esperaba otro final, te iba a dar el contacto de un amigo mío guionista, autor entre otros de los guiones de Tadeo Jones y Los Lunis, para que le pasaras este relato, que me parece buenísimo para adaptarlo al cine.
    El cambio de final me ha desconcertado (por inesperado). Buenísimo, my friend. Thank you to be water!

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