¿Qué hace el té con el agua? Hubo varias respuestas entre el entusiasmo de los alumnos: ¡La mancha! ¡le da sabor!! la colorea!
Bien, bien —comentó el maestro satisfecho por la participación de los pequeños. Era su primer año y sin embargo ya estaban volcados en el aprendizaje. La motivación era adecuada y eso hablaba bien de él mismo. La enseñanza era un balance entre dar y recibir. Tanto entregas, tanto recobras.
Entonces —continuó el maestro— ¿el té le da o le quita al agua?
Los alumnos quedaron pensativos. Si se les observaba con atención, y el maestro lo hacía continuamente, podías leer la lucha que sus cabezas mantenían por dilucidar la cuestión. Sus mentes trabajaban como les habían enseñado: “Pensar es como cavar un hoyo. Hincas la pala y sale tierra, la vuelves a hincar y salen gusanos y raíces, repites y puede que encuentres un tesoro. No te conformes con la tierra. Cava un poco más.”
El maestro sirvió té en una taza. Lo hizo de manera pausada, prestando atención a cada uno de los movimientos: coger la tetera, una servilleta para acompañar al envase, girarlo lentamente hasta enfrentar la taza, inclinar, verter, limpiar…
El té ni quita ni otorga —se oyó en la sala.
El maestro no tuvo que alzar la mirada para saber quién contestaba. Era Sushumi, la menor de sus alumnos. La más inteligente.
Explícate, niña —invitó el maestro.
El recuerdo del té es el agua, y si el agua hubiera sido un maestro en el arte del adivinar, hubiera visto su futuro como té. El té es aquí y ahora. Y aquí y ahora no hay agua. Hay té.
El maestro asintió y como señal de respeto, ofreció té a Sushumi.
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