I.
Llegó en un carromato tirado por dos cansinos
caballos de encías viejas y podridas; el carromato era doble y tenía lonas que
se apoyaban en medios arcos de cimbra metálicos dándole una considerable
altura. El conjunto se movía pesado
atravesando el pequeño pueblo de Llanes (Asturias), dirigiéndose hacia las
afueras, hacia el rio.
Corría el año 1937, y el luto vestía a las únicas
habitantes de la pedanía. Maridos, hijos y hermanos habían sido devorados por
la guerra. Sólo quedaban ellas.
Mario Cadonacci era italiano. Pero sobre todo era un
profesional. Una vez en las afueras del pueblo se detuvo junto al rio, desató a
las bestias que abrevaron y comieron pasto a su orilla. Se metió en el segundo
vagón por un hueco de la lona que batió,
haciendo que el polvo del camino
se desprendiera de sus solapas. Trasteó en su interior y salió con un martillo
en una mano, y un cartel en la otra. Contó cien pasos, y clavó el cartel.
“
Masturbador de mujeres”
Después echó un vistazo al pueblo que acababa de
atravesar, y se dispuso a descargar el carromato.
Los artilugios que del carruaje descendían eran
invención suya, toda una carrera en la investigación para conseguir un único fin:
el placer de la mujer. Y, sin entrar en falsas modestias, él pensaba que lo
había conseguido. Los inventos no eran sino la mecanización de una habilidad,
adquirida por supuesto, que profundizaba
en los más íntimos recovecos del sexo femenino. Descubrir los deseos ocultos de
sus clientes era la otra cara de una moneda que la hacían, como recién acuñada,
irresistible.
Aparato
1 : La rueda.
La rueda era un instrumento travieso y nervioso, no
apto para todos los públicos. Requería de clientas avezadas en busca de
redescubrir la intensidad de los primeros orgasmos. También de casos medios de anorgasmia,
así como ninfomanía en general.
Un timón de barco sobre un bastidor al que se había
rematado con cuatro ruedines para su manejo, se ensamblaba a un potro de
ginecólogo donde las clientas se abrían de piernas ante él. Cada uno de los
asideros del timón estaba rematado con una gruesa pluma de ganso. El timón era
dirigido con habilidad por Mario. Primero lentamente, dejando que las plumas
recorrieran el vientre de las damas dirigiéndose como en un torbellino sinuoso
hacía la entrepierna que se levantaba al sentir los continuos embates
plumíferos.
Aparato
2 : La fuente.
La fuente era un ingenio hidráulico a base de
tuberías que, de forma estudiada, disminuían su diámetro progresivamente hasta
acabar en cuatro chorros finísimos, por los que salía el agua a una presión
regulable a voluntad, de manera sencilla, con sólo abrir y cerrar el grifo que
alimentaba a la primera tubería.
Sentadas en un asiento hueco las damas se
posicionaban aleccionadas por Mario, un pequeño bastidor el final de las
tuberías situado inmediatamente debajo del asiento, sujetaba los chorritos que
lanzaban pelos de agua.
La variabilidad en la velocidad de los chorritos
hacía indicado el invento para toda clase de públicos.
Aparato
3 : el pedal
El pedal eran palabras mayores. Sólo apto para
mujeres con parto normal y a ser posible, más de uno. Y es que el tamaño
importa.
Mario aprendió eso en los inicios de su carrera.
El pedal era un sistema de poleas que acababa en un
pedal que la usuaria, es decir la corredora, accionaba a voluntad manejando un
enorme consolador convenientemente apuntado.
Definamos enorme: Muy grande. Y negro.
Vale.
Abstenerse vírgenes.
La alcaldesa de Llanes decidió ir a investigar. Por
el bien del pueblo.
Ágata, se dirigió hacia el campamento del
masturbador con más curiosidad que otra cosa. Bueno, sí. Era un hombre,
y hacía mucho tiempo que no veía ninguno. Doce meses.
Ágata tenía un cuerpo menudo pero bien formado,
tetas de serranía, caderas de paridora, y ansia de hortelana. De falda fácil, que se decía.
-
Buenas tardes, soy la alcaldesa del
pueblo de Llanes me llamo Ágata- tendió la mano- y vengo a averiguar lo que
vende. ¡Esto que es! - señalaba el pedal- pero si parece…
-
Una polla. Una enorme y negra polla.-
Mario tenía las manos hacia atrás y miraba por encima de sus lentes que le
caían sobre la nariz- Sí.
-
¿Y aquello?- dijo señalando a la rueda-
¿para qué sirven las plumas?
-
Si quiere..., le hago una demostración.
(continuará)
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