Mario Cadonacci era muy diligente, y enseguida supo ver el
potencial de la situación. La alcaldesa sería su pica en Flandes, así que habría
que esmerarse. Y lo haría.
Ágata lo miró desafiante.
—¿Dónde hay que subirse? —Ágata se encarama a la silla de
ginecólogo— Ah!, sí...y pongo las piernas abiertas, ¿no? —el ligero vestido deja a la vista unas bragas
que, a pesar de ser de faja ancha, dejan al descubierto una alfombra peluda que
parece un gato.
—Santo Dios!, eso podría ser un inconveniente —dice Mario en
voz alta cuando su vista se detiene en aquella especie de bosque amazónico—
habrá que afeitar.
—¿Cómo?
—Sí, verá. —Mario puso cara de profesor- si le afeito y dejo
suaves las ingles dejando limpio el coño de polvo y paja, las sensaciones se multiplicarán
por mil. Habrá que aplicar un poco de aceite tras el afeitado. Si me lo permite,
yo lo haré y después le daré una vuelta en
la rueda .
Un buen montón de pelos yace bajo la entrepierna afeitada de
Ágata, la piel está al rojo vivo, no se la puede tocar, hiere cuando se roza.
Mario vierte abundante crema en sus manos y directamente en el vientre de la
mujer que se contrae al contacto y se escurre sobre sus pringosos dedos
patinando en el cuerpo de ella, se acompañan en un baile lascivo empujándose y
dejándose acariciar.
Ágata se deja untar la entrepierna con parsimonia, la
excitación se junta con el primer dolor y explotan. Gana el placer, y la mujer
abre los ojos pidiendo más. Todo chorrea y se desliza babeando indecentemente.
—Es el momento alcaldesa —Mario retira sus manos y atrae
hacia sí el cuerpo de ella— le presentaré a la rueda.
—Mmmmppf! —acierta a mascullar Ágata.
—¿Perdón?
—¡Nada...nada...! vamos a la rueda esa!
Mario está sereno y tranquilo mientras sujeta las muñecas de
Ágata a unas argollas forradas con espuma, va dándole instrucciones a la mujer mientras
regula los apoyos de los pies a la medida de la clienta —es importante que no
saque los pies, puede moverse, pero sin sacar los pies— Ágata dice a todo que sí,
aunque en realidad no oye nada, está poseída por la urgencia de un orgasmo a
medio llegar.
—Ahora pondré la máquina en marcha.
—Sí.
—Es posible que oiga chirriar el mecanismo, es normal, no se
distraiga por eso.
—Sí.
—Cuando esté satisfecha yo lo notaré y pararé la rueda, si
quiere parar antes diga “pare”.
—Sí.
—¿Lo ha entendido todo?
—¡QUE SÍ…!
La máquina empieza a girar lentamente, Mario la va acercando
con movimientos precisos hasta que está a punto de tocar el cuerpo ansioso de
la alcaldesa. Se detiene, echa un último vistazo y comprueba que está todo en
orden. Pero no lo está.
La alcaldesa ha sacado los pies, y está colgada de las
muñecas intentando acercar la pelvis a esa máquina que no la toca, la lengua
fuera, los ojos desorbitados, la cara compungida por el esfuerzo.
—¡Pero Ágata! —Mario se dirige a ella y vuelve a colocarla
adecuadamente—¡le dije que no se moviera! Podría ocurrir un accidente y eso
sería nefasto para los dos.
—Te voy a matar — la expresión de la cara de Ágata deja
claro que no es en absoluto una bravata—. Como no me enchufes las plumas
¡ahora!, juro que te mato de la muerte más horrible que puedas imaginar.
—Tiene que intentar relajarse alcaldesa —Mario teme por su
pica en Flandes— tenga en cuenta que aquí se viene a disfrutar y esa actitud…
—¡Que me la enchufes, COÑO!.
Una pluma le toca el vientre, y después otra y otra…, cada
vez más seguido, las plumas son largas, ligeras ,en punta…, de pronto la rueda
se para y empieza a girar a contrapelo, la velocidad aumenta y es distinto-
Ágata se arquea, y las argollas se le clavan en las muñecas a pesar del
forrado-, la rueda baja y se acerca a la
entrepierna que gotea y tiembla al sentir el vientecillo previo al primer
contacto…, apenas las puntas empiezan a sucederse rozando la superficie de los
labios rosados de la señora alcaldesa , es demasiado para el ansioso cuerpo de
hembra y se oye.
—¡Ahhhh!— ¡AAAAAAHHHHHHHHHH!
… ¡AHHHHHHHHHHHHH!..
La alcaldesa inspira y contrae el abdomen intentando huir de
las plumas que pugnan por volver a alcanzarla – no..nnoo..nooo,…. ¡Ahhh!...!ahhh!
La segunda corrida la pilla desprevenida.
—¡ AAAAAAAAHHHHHHHHHHH!
—Ya!..ya!..vale!..VALE! —Ágata suplica mientras las plumas
siguen girando-—¡Aggg!..!por favooorrr...ya!..
—¿Quiere decir que pare? —Mario duda, las plumas giran… —no
ha dicho la palabra correcta Ágata, por favor, dígala para que sepa que…
—¡PARE!
— Correcto. —Mario detiene la máquina bloqueándola con un
pasador de hierro y una pluma se queda a un milímetro del coño de Ágata,
mirándola como si fuera el mismísimo diablo.
…
Mario escribe un libro basado en las mujeres que pasan por
sus maquinas, de la alcaldesa hizo la siguiente anotación. “La pasión se guarda
en la espera”.
Ya se extendería más tarde.