martes, 14 de febrero de 2023

El masturbador de mujeres I

 

I.

Llegó en un carromato tirado por dos cansinos caballos de encías viejas y podridas; el carromato era doble y tenía lonas que se apoyaban en medios arcos de cimbra metálicos dándole una considerable altura. El conjunto  se movía pesado atravesando el pequeño pueblo de Llanes (Asturias), dirigiéndose hacia las afueras, hacia el rio.

Corría el año 1937, y el luto vestía a las únicas habitantes de la pedanía. Maridos, hijos y hermanos habían sido devorados por la guerra. Sólo quedaban ellas.

Mario Cadonacci era italiano. Pero sobre todo era un profesional. Una vez en las afueras del pueblo se detuvo junto al rio, desató a las bestias que abrevaron y comieron pasto a su orilla. Se metió en el segundo vagón por un hueco de la lona que batió,  haciendo que  el polvo del camino se desprendiera de sus solapas. Trasteó en su interior y salió con un martillo en una mano, y un cartel en la otra. Contó cien pasos, y clavó el cartel.

“ Masturbador de mujeres”

Después echó un vistazo al pueblo que acababa de atravesar, y se dispuso a descargar el carromato.

Los artilugios que del carruaje descendían eran invención suya, toda una carrera en la investigación para conseguir un único fin: el placer de la mujer. Y, sin entrar en falsas modestias, él pensaba que lo había conseguido. Los inventos no eran sino la mecanización de una habilidad, adquirida por supuesto,  que profundizaba en los más íntimos recovecos del sexo femenino. Descubrir los deseos ocultos de sus clientes era la otra cara de una moneda que la hacían, como recién acuñada, irresistible.

Aparato 1 : La rueda.

La rueda era un instrumento travieso y nervioso, no apto para todos los públicos. Requería de clientas avezadas en busca de redescubrir la intensidad de los primeros orgasmos. También de casos medios de anorgasmia, así como ninfomanía en general.

Un timón de barco sobre un bastidor al que se había rematado con cuatro ruedines para su manejo, se ensamblaba a un potro de ginecólogo donde las clientas se abrían de piernas ante él. Cada uno de los asideros del timón estaba rematado con una gruesa pluma de ganso. El timón era dirigido con habilidad por Mario. Primero lentamente, dejando que las plumas recorrieran el vientre de las damas dirigiéndose como en un torbellino sinuoso hacía la entrepierna que se levantaba al sentir los continuos embates plumíferos.

Aparato 2 : La fuente.

La fuente era un ingenio hidráulico a base de tuberías que, de forma estudiada, disminuían su diámetro progresivamente hasta acabar en cuatro chorros finísimos, por los que salía el agua a una presión regulable a voluntad, de manera sencilla, con sólo abrir y cerrar el grifo que alimentaba a la primera tubería. 

Sentadas en un asiento hueco las damas se posicionaban aleccionadas por Mario, un pequeño bastidor el final de las tuberías situado inmediatamente debajo del asiento, sujetaba los chorritos que lanzaban pelos de agua.

La variabilidad en la velocidad de los chorritos hacía indicado el invento para toda clase de públicos. 

Aparato 3 : el pedal

El pedal eran palabras mayores. Sólo apto para mujeres con parto normal y a ser posible, más de uno. Y es que el tamaño importa.

Mario aprendió eso en los inicios de su carrera.

El pedal era un sistema de poleas que acababa en un pedal que la usuaria, es decir la corredora, accionaba a voluntad manejando un enorme consolador convenientemente apuntado.

Definamos enorme: Muy grande. Y negro.

Vale.

Abstenerse vírgenes.

 

La alcaldesa de Llanes decidió ir a investigar. Por el bien del pueblo.

Ágata, se dirigió hacia el campamento del masturbador con más curiosidad que otra cosa. Bueno,  sí.  Era un hombre,  y hacía mucho tiempo que no veía ninguno. Doce meses.

Ágata tenía un cuerpo menudo pero bien formado, tetas de serranía, caderas de paridora, y ansia de hortelana.  De falda fácil, que se decía.

-         Buenas tardes, soy la alcaldesa del pueblo de Llanes me llamo Ágata- tendió la mano- y vengo a averiguar lo que vende. ¡Esto que es! - señalaba el pedal- pero si parece…

-         Una polla. Una enorme y negra polla.- Mario tenía las manos hacia atrás y miraba por encima de sus lentes que le caían sobre la nariz- Sí.

-         ¿Y aquello?- dijo señalando a la rueda- ¿para qué sirven las plumas?

-         Si quiere..., le hago una demostración.

(continuará)

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