domingo, 16 de octubre de 2022

El amo de la tierra

 

Dicen…, cuentan…, que un hombre sabio tuvo trillizos que crecieron entre olivares y justo cuando la infancia se les acababa, su padre, viendo venir lo que le esperaba, mandó reunirlos en la casa que los cobijaba.

—Cuando yo muera, las tierras que nos alimentan serán para uno de vosotros. Y para saber quién heredará, hoy os entrego tres estacas de olivo. Cuando la tierra termine de cubrir mi cuerpo, la estaca mejor dispuesta, la más aprovechada, será quien dicte el nuevo dueño de estas tierras. Jurad y prometed que respetaréis lo que es ahora mi voluntad, y si no lo hacéis os maldeciré desde el cielo o el infierno. Que uno nunca sabe dónde termina lo malo y empieza lo bueno.

Dicen…, cuentan…, que uno plantó su estaca al abrigo de los olivos más crecidos, pues si la tierra fue buena para estos, igual lo sería para la recién plantada. Y se puso a esperar.

Hubo otro que la plantó en una maceta. No se separaba de ella y le daba agua y abono para que creciera. Planeaba ir trasplantándola hasta ponerla, cuando su sentido dijera, en la misma tierra que le vio nacer.

El tercero hizo hatillo y cogió su estaca. Y hasta la muerte de su padre, no se le volvió a ver.

Dicen…, cuentan…, que la estaca del primero creció hasta la estatura de dos hombres. Y con ello, el hijo, quedó satisfecho.

La del segundo dejó la maceta en su hora y después, como estaba planeado, creció en la tierra, justo enfrente de la casa que les servía de vivienda. Como un guardián imponente.

Y dicen…, cuentan…, que cuando el tercero llegó al entierro, le preguntaron. Y sacando un mapa de su faltriquera, mostró cien leguas de olivos, crecidos de esquejes de aquel.

—Se llama Jaén.

Eso dicen.

Eso cuentan.