Justo acarició la testuz del burro con engañosa intención. Así, de esa manera a un trabajo esforzado, como cuando arreaba cántaros de aceite del molino de La Guarda, a más de dos leguas de lo que era la cuadra del cortijo y volvían, él pensando en una gota de vino y el burro…, quién sabe lo que piensan los burros. Cuando descargó el machete en la nuca, el animal retembló en un espasmo y murió en ese instante y Justo —al que le gustaba el pensamiento para filosofar—, reflexionó que una vida tarda en vivirse un ciento y se agota en un momento, lo cual quizás sea poco premio por lo que se tarda en vivir. El burro ya era viejo y comía más que rendía, es cierto, pero no fue una cuestión de economía lo que hizo que empuñara la daga, —las cosas, mal que bien, iban—fue la tristeza de sus ojos y la corva de su cuello al caminar, lento, como en procesión, con la cruz de los años y el peso del cansancio que acumulaba en trabajos de sol a sol, de primavera a primavera, sin domingos con quien amigarse ni cura que le confesase. Y mientras cavaba el hoyo para su eterno descanso, y para evitar que acudieran las alimañas, se dio cuenta que se había quedado solo, sin su Reme que se fue sin motivo, pues aún era joven cuando murió de un infarto, la enterró una tarde de jueves, en otoño, junto al prado. Y ahora este. Se preguntó quién lo enterraría a él y no tuvo respuesta. Y eso —pensó—, debía ser la definición de la verdadera soledad, que si te caes y nadie te recoge, pues ahí te quedas.
El hoyo quedó tapado y Justo pensó en poner una cruz. Peor, pensó incluso en santiguarse y leer algo de la biblia que sirviera de homenaje pero ese resquemor al castigo por mancillar lo divino lo detuvo y, finalmente, no dijo ni puso nada. Apelmazó la tierra con la pala, y un murmurado adiós comenzó el olvido a ese que fue lo más parecido a un amigo que la vida le ofreció.
Y mientras el sol se ponía agachando los tallos de los azahares y alargando las sombras de los mortales, Justo brindó por el burro, estrenando su soledad en oscura compañía de una media vela, con un vaso de tinto y lo que venía a ser su hogar, un trozo de tierra.
Precioso relato, amigo
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