lunes, 12 de abril de 2021

Extraños en el bosque

 Estaba distraído jugando a pintar de colores un árbol. Era premeditado. Te disfrazaré de arco iris —pensó— serás la envidia del bosque, único, y todos querrán ser como tú. Entonces los oyó cuando alzaron la voz en el dormitorio. Él imaginó que estaban dentro del bosque.

—¿!Sabes lo que es esto, lo sabes!?


—No grites, el niño…


—¿El niño? Tu hijo, claro. Será mejor que sepa quién es su madre.


—Pero ¿Qué dices…?


—Esto son los resultados del reconocimiento médico de empresa —dijo arrojándoselos encima, los papeles volaron y ella apenas pudo sujetar algunos folios. Se agachó a recoger los demás mientras él seguía vociferando.—Esperma de baja calidad no apto para engendrar— gritó escupiendo las palabras frente a su cara.


—Por favor, baja la voz, el niño…


Llamaron al timbre y el tronco quedó vestido de naranja y blanco papel por la interrupción.


—Hola, guapo ¿Está tu papá?


Se quedó mirando al infinito a través del extraño. En su bosque no había extraños, después pensó que sí que los había. Él sería de colores y hasta los extraños lo querrían.


—No, me parece que no.




lunes, 29 de marzo de 2021

Fagocitosis

 Tanto la amaba que la rodeó con sus brazos y, en nombre del mismo amor, apretó tan fuerte que ella desapareció en su interior.

Se encontró con una colección de almas que intentaban moverse entre estrechas paredes de vísceras con caras tristes y suplicantes. Ella miró tan terrible escena con desconfianza y a pesar de que su cabeza entendía, su corazón lo disculpó pues tal era su amor por él. De pronto sintió la inmensa necesidad de respirar y oteó intentando encontrar un sitio despoblado.

Recordando un viejo cuento de su padre se dejó escurrir entre la sangre confiando que fuera el camino adecuado. Llegó a una estancia vacía donde pudo estirarse sintiendo un momentáneo alivio.

Fue cuando comprendió que estaba en el corazón del hombre cuando ya no pudo parar de llorar.


lunes, 22 de marzo de 2021

Tarde de toros

 El morlaco salió por chiqueros con las dos manos en alza, como pidiendo pelea, sin estar dispuesto a morir. La sangre le enervaba y se puso a recorrer el coso que gastaba arena bajo sus pezuñas, la mirada alta, la cornamenta dispuesta y el ojo avizor. Buscando el reto. Trapos rojos vestían de negro su iris atento al movimiento y cargaba con violencia contra las tablas, repitiendo, pero sin demorar la espera pues los reyes no esperan.

La muleta delató su intrusión y el rey no dudó ni un instante. La carrera se vino larga y el maestro estuvo hábil en el lance enseñando el aire tras la muleta que el toro mató. Se revolvió girando la cabeza  en un torniquete, la segunda no se tardó más que un suspiro y el baile fue a manoletina con la muerte pasando demasiado cerca de la femoral.

—Amarra maestro, que ese busca y encuentra —dijo el subalterno parapetado—dale cambio para que no aprenda.

El sudor del torero manaba de su frente a chorros, las cejas se desbordaban y el escozor le avisaba del dolor, del que podía sentir. Entre esas brumas escuchó y al tercer embiste giró redondo, en la emoción de bailar con la muerte soslayó el pecho con el pase en alto. El gris ceniza pasó hasta el rabo y la plaza vibró en una sola voz. 

Olé!

Suena el sol alto en la plaza, proyectando sombras cortas que avivan el sudor en el tendido, la atmósfera se vuelve irrespirable en la arena y las ventanas de la nariz del matador arden intentando respirar un poco de aire. El sudor se evapora antes de caer al suelo que está seco como una tumba en el desierto y el toro, detenido en un instante que flota desdibujado en el calor, apunta en silencio a la figura que no es hombre. Su enemigo.

Las sombras se cruzan una y otra vez, pasando una encima de otra, sin chocar. La plaza se agota en la tensión de cada lance, y los torbellinos de chicuelinas, naturales y pases de pecho se detienen en un final que enfrentan cabeza y testuz, deteniendo el tiempo.

Olé!

Desaparece el engaño por la espada de matar, enfundada tras la muleta como un asesino esconde su daga. La bestia siente el cambio sin comprender, y escarba la tierra nervioso por lo que ha de venir. 

Suerte maestro.

Los pases cortos preparan la horca, la igualada llega siempre por casualidad y el torero busca la cerviz echando la muleta al suelo. Desenfunda el pincho lentamente para no distraer la atención del bicho que mira atento el rojo odiado, sube la mano hasta los ojos y apunta a la cruceta que buscará atravesar la piel sin tocar el duro hueso. Levanta la muleta, y decide traerse a la muerte.

Eh! Toro!

El animal se arranca buscando su vida, y el pincho se le hunde hasta el puño. El hombre gira en un último instante saludando a setenta centímetros de asta que pasa a su lado sin tocarle.

Olé!

Los pañuelos menean el aire provocando la brisa en la plaza, el toro está muerto aunque aún anda y se piden trofeos. Dos pañuelos apoyados en la presidencia los conceden, concediendo a su vez una tarde de triunfo al matador. Hoy ganó, y el mundo es suyo.

El toro hinca de manos para ya no levantarse, y sólo la raza mantiene su enorme cabeza que ofrece a su ejecutor. 

Descabello en mano, el matador besa el morro del morlaco en señal de respeto, antes de despachar la nuca que destroza en un certero y último pinchazo.

Olé!

Fue lucha con igual, tumba de reyes en una plaza de sol implacable, fue tarde de toros. Con la muerte como final, y la gloria como acompañante.


lunes, 1 de marzo de 2021

malos vientos

 


La proa salpicaba gotas de mar en cada zambullida, salvaje, cruel, indómita. Noté como el agua mojaba mi rostro y la sal se quedaba en mis ojos, irritándolos. La fábrica de vientos nacidos donde el océano se acaba arrojaba sus creaciones contra el casco desviando una y otra vez el rumbo. Empezó a entrar agua y yo no recordaba dónde estaba la bomba de achique.

No podía salir bien. Icé la mayor y el barco se estremeció, solté el timón y la proa trazó una curva girando hasta colocarse a favor del viento. Dejó de entrar agua, y el rumbo se fijó, el viento se convirtió en mi amigo y volamos sobre las olas. Entonces se acabaron las dudas y comprendí. No hay vientos malos ni buenos, sólo barcos mal orientados.

miércoles, 17 de febrero de 2021

la mesa que odiaba la ducha

 

Wenceslao volvía una y otra vez a leer la pregunta del examen: ¿Cuántas patas tiene una araña? Dudaba entre seis o más de seis. A lo mejor había arañas con seis y otras con más de seis. Pero más de seis…­­–seguía pensando con el lápiz apoyado en el labio–, no creo. Sería un lío enorme andar con más de seis patas. Sí, pondré seis.

Y estaba a punto de hacerlo cuando un movimiento del pupitre se lo impidió. Fue un saltito, un leve bote de la mesa, inapreciable para el resto de la clase pero suficiente como para hacerle un borrón en la hoja. Wenceslao maldijo para sus adentros: ¡cachis! Y se afanó con el borrador para enmendar el borrón. No le gustaba dejar manchas en los exámenes, su madre siempre lo decía. Hay que parecer limpio además de serlo. Seis. Eso era. Pero apenas apoyó la punta del lápiz en la hoja para escribir el dichoso dígito la mesa volvió a moverse. Otro borrón.

Una idea cruzó a la velocidad del rayo por su cabeza: ¿siete? Comenzó a escribir y la mesa volvió a moverse. La goma se estaba desgastando.

Quizás… ¿ocho? Apoyó el lápiz esperando la opinión de la mesa y…, nada. La mesa no se movió en esa ocasión. Dejó el ocho y pasó a la siguiente pregunta: ¿Cuántas patas hay entre ocho patos?...mmm…

Cuando le entregaron el examen, junto a la nota –un espléndido 10–, había un comentario del profesor: Enhorabuena W. pero has de procurar hacer menos borrones. Wenceslao miró de reojo a su mesa de pupitre. Pero no le dijo nada. Total. Nadie es perfecto.

miércoles, 27 de enero de 2021

El diablo en sus ruedas

 

El cochecito eléctrico me acorraló en el escaso zaguán que había inventado en mi piso de 45 metros cuadrados. Sus faros se me antojaban ojos diabólicos, y la defensa delantera sonreía, juro por Dios que sonreía.

Con un movimiento pausado alargué la mano hacia el paragüero y cogí un bastón decidido a morir peleando. Esperando el siguiente ataque, flexioné las piernas mientras mi mente me repetía aterrada “be water, my friend”.., el artilugio endemoniado reculó saliendo a toda velocidad pasillo adelante hasta meterse un cepazo contra la puerta cerrada del aseo que parecía invisible a sus ojos, a sus faros quiero decir.

Tras cuatro o cinco empellones, que no hicieron mella en su estructura, el cochecito giró a la izquierda desapareciendo en mi dormitorio.

Yo suspiré aferrado al bastón, convencido de haber encontrado el arma definitiva anti-coches de juguete con vida propia. Acerqué la oreja, pegada aún a mi cabeza, al cuarto oscuro reducto de mi enemigo.

Nada, silencio.

Encendí la luz con un rápido movimiento de muñeca que voló de nuevo al bastón.

Nada.

 

Me replanteé mi situación rápidamente, imaginé mi conversación con la policía.,

— Emergencias, ¿dígame?

— Hay un coche de juguete que me ataca, socorro.

La descarté.

Armándome de valor, me agaché pegando la misma oreja de antes al suelo. En el fondo, pude ver a esa arma del diablo que descansaba sin duda planteándose una nueva estrategia para aterrorizarme.

Sin saber que hacer, cerré la puerta del dormitorio y me dirigí al salón donde, más por desesperación que por rigurosidad, volví a contemplar el mando a distancia del artilugio que estaba como lo dejé, con la tapa abierta para meterle las pilas.

 

La verdad, no sé si tenía más miedo al coche o al ridículo de explicar mi situación. El cochecito era un regalo para mi único sobrino, me pareció un buen regalo, pero ahora deseaba poder retroceder en el tiempo para comprarle la PSII.

¿Qué hace uno en éstos casos?

 

Volví al dormitorio, el juguete seguía debajo de mi cama cosa que yo interpreté positivamente — el bastón lo debe acojonar, pensé—; agachado en una posición imposible que me permitiera salir huyendo a toda velocidad golpeé en dos ocasiones su capot trasero, no se movió. Animado por su nula reacción, desplacé lateralmente el vehículo con el bastón esperando lo peor — los tigres acorralados son los más peligrosos. Bueno cuando tienen crías también, pero ese no es el caso—, el coche quedó a la vista en mitad del dormitorio.

Entonces arrancó dirigiéndose hacia mí.

Yo solté el bastón dando un salto hacia la puerta con una sola idea en la cabeza, huir. Ahora era yo quien corría pasillo adelante hacia la puerta que abrí sin consideración precipitándome al vestíbulo donde..., encontré a mi vecino con un coche exacto al mío manejándolo con habilidad a través de su mando a distancia.

Maldita sea.

viernes, 22 de enero de 2021

lamento de un violín


 Solía imaginar que la salvación, es decir el cielo, se encontraba en el NO PENSAR, sin permitir que el rio de los sucesos arrastrara cualquiera que fuese el ánimo reinante en el fugaz pero claro instante presente. Empuñar con valentía la cercana realidad abandonando cualquier deseo de escapar, de huir…, afrontando la posibilidad del fracaso, del dolor y ser capaz de considerar cualquier destino, incluso aunque la muerte lo habitara. Morir en vertical. Sin consideraciones ni tiempos muertos. Solo con el anhelo justo de soñar con un huerto de tierra esponjosa donde descansar hasta primavera, y al calor de un rayo de sol temprano, renacer vestido de un tallo verde con brotes de vida en el eterno círculo de vida palpitante y verdadera.

Por eso fui a la guerra y me presenté en mil batallas que, en realidad, solo fueron una. Siempre la misma. Y a pesar de ello, algunas veces salí victorioso, y la mayoría derrotado. Y fueron en estas cuando más verdad hallé, aunque no de forma inmediata. Es curioso cómo en ese paréntesis que va desde la frustración de la derrota a la sabiduría, es cuando duele. Cuando más duele. Estoy convencido que necesariamente ya que el alivio, la cura de la comprensión se alza solo en los campos arrasados por la derrota.

A medio camino entre lo aprendido y por lo aprender estoy casi siempre perdido. Consciente de mi inconsciencia el los lúcidos momentos en los que me miro en ese negro espejo de lo cotidiano. Y mientras tanto, descubro la belleza del sonido de un violín que arranca lamentos vivos de unas cuerdas— estoy convencido—, muertas. Y me empeño en descubrir el secreto de la vida en ese tañer, bellamente triste, de lo vivo alzándose desde lo muerto. Y en esa comunión mágica, en ese leve contacto entre vida y muerte, la belleza. Siempre la belleza.

Y aún hoy, cuando mi vida ha dejado de lado el torbellino de la esperanza, cuando solo la verdad me satisface y rasco una y otra vez para desenterrar mi coraje, oculto más allá de la ira y la soberbia, en lo profundo de mi abismo. Aún hoy, cuando mis sienes visten de plata siento que todo está por comenzar, cada día. Pues todo comienza y termina en un mismo lugar, implacable como la misma vida, la verdad.

Quiero regresar a la batalla vestido de un hombre nuevo, probar el sabor de lo que venga siendo consciente una vez más, volar como la gaviota de mi infancia, nadar en el mar de los niños, sabiendo que todo es un juego y que el premio ya no será un dulce caramelo sino la salvación. Y en su opuesto, la más miserable de las derrotas que no es la muerte, bendita muerte, ni el fracaso, al que uno vence con la insistencia, ni el no amor, ni la soledad…, sino la rendición. Rendirse es morir de verdad. Tu propio olvido en tu propio recuerdo. Rendirse te impide renacer, y es tanta la derrota que entraña la rendición, tanta la condena que conlleva que ensalza el valor del juego. Si te rindes pierdes, si no lo haces no necesariamente ganas pero puedes ganar.

Ese es el juego.





lunes, 11 de enero de 2021

Colores



Frank, el dueño de “Whales Tabern”, pensó que sería una buena idea darle algo de color al bar. Renovarse o morir —decía como el que cita a Schopenhauer.


Encargó una enorme pecera con un cardumen de coloridos peces tropicales y la colocó detrás de la barra. La clientela de “Whales Tabern” nunca fue muy observadora pero a pesar de eso, los clientes quedaban hipnotizados mirando el baile conjunto del banco de peces que iban y venían en un espectáculo de color. A Frank le gustó aquello y una noche le colocó un vestido de lentejuelas a Maggie, la camarera. Renovarse o morir —le dijo. Ella protestó y Frank le dio dos hostias. Maggie le enseñó el dedo medio pero agarró con furia el vestido y se lo puso.


A partir de ese momento ocurrió algo inesperado. Los peces debieron pensar que Maggie, con ese vestido de lentejuelas, era su madre o por lo menos un familiar cercano y comenzaron a seguirla sin descanso. Maggie protestó .


—Me ponen de los nervios Frankie, empiezo a verlos incluso en mi día libre y Al está mosqueado porque cuando follamos siempre miro tras el hombro y no me relajo.

Frank le dio otras dos hostias.


Una noche Maggie perdió los nervios y cogió la recortada que escondía junto al whisky de marca, la cargó con una sola mano agitándola violentamente y empezó a disparar vomitando... ¡dejad de seguirme bichos inmundos! Los peces huyeron despavoridos, hubo quién dijo que en sus caras se reflejaba el terror. La pecera se quebró en mil pedazos dejando pequeñas notas de color dando saltitos y agonizando por todas partes.

Cuando Frank se enteró…, bueno. Ya sabéis.


miércoles, 6 de enero de 2021

Tribulaciones

 



Cuando un coche pasa y te salpica de agua sucia, significa que vas a tener un mal día.

No falla.

Puedes – entonces – dejar un resquicio a la esperanza y sacarle un dedo – el más largo que tengas – al hijo de puta que conduce y creer que eso exorcizará el escaso futuro que coge en las siguientes horas…, o volver a casa y poner una de esas películas que te recuerdan a la adolescencia para creer que aún te queda lejos la muerte.

Yo hice hoy lo del dedo.

Cuando llegué a la oficina descubrí que la ADSL no había vuelto del fin de semana.

La señorita de telefónica tampoco tenía un buen día y me recordó que todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Como ella, que cogió mi “incidencia por avería” y la mandó a 50 kilómetros, de viaje —la verdad es que hacía una buena mañana para viajar—y yo me quedé con mi avería.

Y sin mi incidencia.

“Enésima llamada”

—Soy el de antes, he hablado ya con 6 técnicos, les he explicado 6 veces que no tengo ADSL. He desconectado y conectado el rúter 6 veces – sin resultado – y me han abierto UNA incidencia. Pregunta... ¿Dónde está mi ADSL?

—Veo su ADSL, y está correcta. Usted tiene ADSL.

—Le aseguro que eso no es verdad.

—Pues la veo.

—Ay

—Lo comprobaré de nuevo. Dígame su teléfono.

—555 555 555

—No, ese no es. Su teléfono es el 666 666 666

—Ay

—Es el que consta en su incidencia.

—Mire usted. Mi teléfono y yo llevamos mucho tiempo juntos. Se lo aseguro. Lo conozco perfectamente. Hablamos mucho. No me diga usted a mi ¡CUAL ES MI TELÉFONO!

—Pues es el que consta en su incidencia. Deberá poner otra incidencia.

“Ommm”



(6 horas después)

—Dígame.

—Soy el técnico de telefónica, le llamo porque tengo una incidencia.

—(Yo, llorando). SI! SIII!!!...mire usted, llevo todo el día desesperado, soy un buen creyente, apadrino a un niño de Sudamérica, marco la casilla para colaborar con la iglesia, no pego a mi mujer y voté en blanco en el referéndum para ingresar en la OTAN. … ¿podría venir. Hoy?.

—Si claro. Para eso le llamo.

Lloro de emoción, temo que se me entrecorte la voz y no pueda seguir hablando, trago saliva, respiro hondo e intento controlarme.

(25 minutos después)

Aparece un chaval de unos 21 años por la puerta vestido de azul. Me enseña una tarjeta de telefónica y me dice.

—Telefónica…

Salto de la mesa y le beso en la boca mientras le miro a los ojos.

(30 minutos después)

—Es el Rúter, se lo voy a cambiar para que no le dé más problemas.

Me casaré con ese chico.

(15 minutos después)

—Bueno, ya está. Le haré el boletín para que me lo firme. le pasarán el costo del aparato por la cuenta donde tenga domiciliada la factura de teléfono.

Mi sexto sentido se vuelve a mi pantalla y pulsa la “e” del Explorer.

—No va —digo sin sorpresa—no tengo conexión.

—Pues el mío sí. —Me dice el técnico— eso es por la IP que tiene, la suya es estática y la mía dinámica.

Yo pienso que me está diciendo que la suya es más grande que la mía.

—Muy bien, muy bien. ¿Pero me estás diciendo que vas a salir por esa puerta, habiéndome colocado un rúter, y sin que yo tenga conexión?

—Bueno, yo es que no puedo…

—JA! —me acerco hasta que su cara queda a dos centímetros de la mía. Tú no te vas de aquí hasta que yo no tenga conexión.

—Tendrá que hablar con mi jefe.

—Yo hablo con quién tú quieras. Mato a quien sea, me desnudo, incluso estoy dispuesto a dejar de ser virgen por las orejas. Pero quiero mi conexión.

(1,5 horas después)

—¿Si?

—Soy yo, ¿Te queda mucho?

—Bueno acabo de recuperar el ADSL, estoy intentando solucionar lo imprescindible.

—Ah! No te lo vas a creer. He estado en hacienda, tienes que pagar intereses por lo que te dieron los del FORUM.

(silencio angustioso) …con voz queda…esto...te recuerdo que los del FORUM ¡!me quitaron!!…!!no me dieron!

—Sí, justo eso les he dicho a los de hacienda.

—¿Y cuánto dicen que les debo?

—Eso es lo mejor. Dicen que de los 3.000 euros que te dieron (pero que no te dieron), tienes que pagar 4.000.

—Eso no es posible.

—Sí, justo eso les he dicho yo.

—…

—…

—Oye.

—¿Qué?

—¿Tenemos la peli de oficial y caballero?

lunes, 4 de enero de 2021

Cadenas

 

Miro mis brazos

extendidos antes mis ojos

buscando cadenas.

Esas que siento que me sujetan

y no me dejan moverme

aprisionándome a eso que creo eres tú

o lo que pienso que debo ser yo.

Y ante su ausencia, me pregunto

donde están atadas, dónde amarradas.

Y pienso en mi como en aquellos reos

que más allá de barrotes, quedan prisioneros

mucho más adentro

de sus miedos, de sus deseos

que es como decir

de nuestra piel.

 

Cómo cortarlas

debiera ser algo no tan complicado.

Huir, escapar, esconderse

eso, no funciona.

 

Quizás bastaría con ignorarlas

hacer como si no existieran.

y saltar por encima, abandonando todo cuidado.

Inventar un soldado

que no quiere luchar

solo descender por el tobogán de lo que es.

Eligiéndolo