domingo, 22 de noviembre de 2020

La piel clara



Cathy era blanca como la leche, casi como una muerta si te fijabas bien. Su piel tenía el tono cerúleo de una sábana amarilleada por el tiempo y la lejía. Y como todos los vampiros, no se reflejaba en el espejo. Ella no le dio importancia, de pequeña, a no tener reflejo. Lo que sí hizo fue comerse a Javi, su compañero de pupitre en primaria. Fue algo atávico lo que le surgió del cuerpo así que, engañándolo con que tenía una chocolatina de sobra para el recreo, lo llevó detrás de la capilla y luego le pegó con una piedra en el cogote. Se comió el corazón y el hígado, y su piel adquirió un bonito tono rosáceo. Después se comió el resto y dejó los huesos para los perros y las ratas.

A Cathy le gustaba el color rojo por motivos obvios y en eso estaba cuando le tocó escoger el vestido para la fiesta de graduación del instituto. George sería su pareja. Se lo había pedido en el gimnasio, al finalizar la clase. Sus amigas estaban verdes de envidia y eso la hacía flotar. Y es que George estaba tan bueno que todas las chicas, incluso algunas profesoras, babeaban a su paso. Iba a ser una lástima lo de George. Como había sido una lástima lo de Paul, Anthony, Rebeca en una experiencia lésbico-satánica, Diego, Martín…; y alguno que me dejo en el tintero. De hecho Baskerville, era el pueblo que más detectives atraía de todo el estado. Pero era inútil. Ni la policía resolvía caso alguno, ni los detectives se quedaban mucho tiempo antes de renunciar. Jamás los encontraban. Y sin cuerpo solo había desaparecidos. Eso no era tan grave, cabía siempre la posibilidad de que aparecieran en cualquier momento. Incluso Cathy preguntaba regularmente a sus familiares.

—Buenos días, señora Telman. ¿Se sabe algo de Louise? —Cathy podía ser encantadora.

—No, cielo —contestaba la señora Telman—, quizás para Navidad vuelva. Siempre le gustó coger los regalos bajo el árbol. ¿Te he contado que una vez se quedó a dormir bajo el árbol?

—Pues no. Cuéntemelo señora Telman. 

Y mientras oía las palabras, su mente se recreaba en la deliciosa Louise, colgada como un jamón en el granero abandonado del prado, donde ella la cortaba a cachitos que acompañaba con un Chianti bien frío.

Dan las nueve en el carillón del salón y Cathy, asomada a la ventana, ve como George baja del auto con un ramo de flores. Va elegantísimo. Termina de calzarse los zapatos y baja las escaleras como una reina vestida de rojo. George ya está en el vestíbulo y la mira con los ojos muy abiertos. Ella adivina su deseo en la mirada mientras siente cómo se le mueven las tripas. 

Se ha puesto colorete en las mejillas, quizás se le ha ido la mano.